Sueño del origen

Se ha repetido de manera un tanto voluntarista que el lector completa el trabajo del escritor. No voy a ser yo quien lo niegue. Incluso tengo la sensación de que los matices que puede aportar una lectura son más personales que universales. Por ejemplo, he contado alguna vez que cuando leí Autorretratos (1979) de Eloy Sánchez Rosillo, Eloy y yo nos habíamos perdido la pista y, por el poso que me quedaba al terminar de leer, concluí que el autor de aquellos poemas debía de estar muy deprimido. Le escribí para animarle y ofrecerle ayuda. Me contestó con gran jovialidad, como siempre, que era feliz y me dio a entender que el tono elegíaco que se desprendía de sus versos era el diapasón sentimental en el que se movía su labor de poeta, no su vida. Admirado por lectores tan ínclitos como Alfonso Guerra, el no menos admirado Miguel D´ors decía de Rosillo que es un poeta de, como mínimo, notable alto en cada pieza. Sin embargo Eloy no se ha conformado, o no ha querido su biografía que muriera de éxito, y desde La Vida (1996) y más aún en La Certeza (2005) y Oír La Luz (2008), hemos ido viendo una sutil y progresiva variación en los hábitos sentimentales de su poesía, que yo creo que termina de asentarse en el recién aparecido Sueño Del Origen. No ha variado el estilo armonioso, preciso, explicado, observador. Pero con las mismas herramientas, el alma que subyace ha ido pasando de la elegía al himno, del dolor a la alegría. Como el mismo autor señala: “Supe de la añoranza y el lamento. / Ahora celebro y canto”. Porque lo cuenta todo en los poemas. Son tan elocuentes, reflejan de tal manera el corazón palpitante que hay detrás, que en mi juventud me engañé creyéndolo deprimido. Espero acertar ahora viendo que disfruta con cualquier mínima observación de cuantas nos pasan desapercibidas si no andamos atentos: desde el amanecer a la canícula, pasando por las golondrinas y la noche, la luna y los jilgueros, tan clásicos en él, y por supuesto alguna mujer guapa, que también es naturaleza. Se repite que los escritores, y más aún los poetas, se circunscriben a un número limitado de temas, y puede que sea cierto. Igual que el ruiseñor canta con tres notas. Pero si uno consigue moverse, o la vida te obliga a que te muevas, la luz y el enfoque hacen que los temas de siempre suenen como si fueran otros; que yo creo que son otros. En el caso de Eloy Sánchez Rosillo lo que se ha producido es un soltarse, un echarse a volar, que ilumina los poemas notables, como los definía D´ors, y ayuda a fijar más en la memoria los sublimes, que hay un puñado, porque las variaciones en el tono sentimental los hacen descollar más que cuando todos mantenían una misma nostalgia, un juego con el tiempo en el que el murciano es un maestro. Y lo más maravilloso de todo es que tengo la sensación de que esa epifanía, ese cambio, ha sido voluntario, buscado, trabajado. Porque gracias a la transparencia y a la sencillez de Rosillo, es posible rastrear el camino que ha seguido a través de la escritura. Un poeta es sobre todo una rutina de trabajo, muchas veces inconsciente, que incluye hurgar en el estado de ánimo que suele resultarnos más fructífero. A fuerza de mucho escribir, nos aferramos a ese material poético porque es la ubre de la que, por experiencia, sabemos que siempre brota la leche de los versos. Cambiar de ubre es tantear en territorio inexplorado, arriesgar a perderse. Eso es lo que ha hecho Rosillo en un proceso tan laborioso que abarca tres libros. Eso sí, ha tenido la suerte de poder retirarse a una playa a desarrollar el trabajo del poeta, que como dice Brines es el ocio. Pero un ocio activo, que no es un oxímoron, aunque lo parezca. El resultado es un libro extraordinario: epidérmico y profundo, serio y juguetón, menor y gigantesco. Para paladear despacio, en vacaciones o en la más mínima pausa. Eloy Sánchez Rosillo: Sueño del origen. Tusquets, 2011.

1 comentario:

  1. Suscribo en todo lo que dices, es un libro magnífico. El maestro se ha vuelto a superar a sí mismo, dan ganas de ir a buscarlo y darle un abrazo.

    Otro para ti, amigo.

    Ricardo

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