Bajar de la nube


La campaña catalana ha roto los últimos diques que separaban la política del circo. En su empeño por rizar el rizo para atrapar la atención hasta de los electores más pasmados, los partidos que hoy compiten por escaños en el Parlament han confundido el orgasmo con la penetración del voto en la urna y la falta de escrúpulos con la falta de ropa. Han paseado un disfraz de España de gomaespuma. Han dado que hablar, por supuesto, que es lo que pretendían. Y estamos de acuerdo en que el humor catalán es peculiar, como el británico, pero uno acaba preguntándose si este afán exhibicionista, esta ironía que dirían ellos, este desenfado, por expresarlo con palabras tibias, no contribuye a apuntillar la poca credibilidad que aún le queda a la clase política. Algunos analistas se han concentrado en comentar el cambio de mentalidad de la ciudadanía, a la que ya no le hacen mella las palabras sino las imágenes, un proceso que se inició con el debate televisado entre Kennedy y Nixon en 1960, donde ganó por goleada el primero. Con la invasión de pantallas de estos lustros últimos, la supremacía de la imagen, que siempre había valido más que mil palabras, se  ha convertido en abrumadora. Por eso mismo entendemos que los publicistas que urden las campañas electorales se devanen los sesos para impactar en una sociedad que babea sobre el móvil, el ipod, el gps y todo lo que además vibre, y que está vacunada contra todo tipo de excentricidades, pero vive prendida al youtube. También es verdad que entre las infinitas posibilidades que tenían ante sí, han elegido anuncios que están en la línea de aquellos en los que unas señoras medio analfabetas defendían la blancura que imprimía sobre su colada el detergente colón, o ariel, ya no recuerdo bien, y se peleaban con el presentador para que no les cambiara el recipiente por otro de una marca desconocida y sospechosa. Si los publicistas preparan sus anuncios pensando en las características del consumidor al que van dirigidos, han debido constatar que el votante medio catalán es un tipo cachondo al que las bromas visuales con un cierto toque pícaro le mueven a la risa o a la sonrisa, hasta tal punto que lo impulsan a votar al anuncio más gracioso, como si se tratara de un concurso de cortos y no de unas elecciones al parlamento de una comunidad autónoma con vocación de país. Ya no se trata de convencer, cosa que había quedado desterrada desde casi el principio, sino de mantener la hipnosis de los programas en los que los televidentes votan para decidir qué concursante se va y cuál se queda, o qué concursante nos representará en Eurovisión. La política dejó de ser un servicio hace décadas para convertirse en una profesión, como demuestra fehacientemente la ministra de sanidad, Leire Pajín, que no ha sido otra cosa que política toda su vida y que ni siquiera ha terminado una carrera. Será por eso que pueden permitirse el lujo de hacer probaturas y gracietas a nuestra costa, sin que podamos pasarles factura porque unos y otros forman parte del mismo paquete de, o lo tomas o te aguantas. Camino llevamos entre la crisis, sus errores y sus necedades, de despertar de nuestro letargo de votantes. Decía Saramago que “en el momento justo en que introduces tú voto en la urna, estás dimitiendo de tu responsabilidad porque estás delegando”. Y va a haber que pensar algo deprisa porque se están cargando hasta lo más sagrado, que es la dignidad de las instituciones. Tenemos que apresurarnos además en retomar el control sobre los sindicatos que están casi tan desacreditados como la política. Si consentimos en que dejen de existir o que acaben de debilitarse, a ver quién va a defender a los trabajadores de las grandes multinacionales y los gobiernos despóticos como estos que rompen unilateralmente los convenios dando ejemplo de incumplimiento a los empresarios. Abramos los ojos, no confundamos las instituciones con quienes las ocupan. De momento, los de la enseñanza tenemos elecciones sindicales el próximo día 2. Más vale que sepamos lo que nos estamos jugando.

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