Cómo se cuecen las injusticias


Estaba trabajando en medio del silencio de mi pueblo, con las ventanas cerradas a la noche, cuando sentí una vibración levísima, como un terremoto de grado uno. Digan lo que digan los detractores de la telepatía, la humanidad está conectada. Por eso los grandes descubrimientos se llevan a cabo de forma simultánea en varios puntos del planeta. Al principio interpreté que más allá de las calles que me rodean, el mundo estaba revuelto porque Wikileaks había cumplido su amenaza de publicar nuevos secretos del espionaje estadounidense. Al fin y al cabo, cuando agita sus alas una mariposa en Washington, se produce un cataclismo en las antípodas. Y como los presidentes del país americano tienen fama de estar mal en geografía, no sabemos si el cataclismo ocurrirá en Oriente Próximo, Guantánamo o Corea. Enseguida, al aguzar un poco más el oído y entender una algarabía remota que cantaba gol, supe que el origen de la vibración era mucho más cercano. Encendí la tele en el minuto veintidós del Barcelona-Madrid. Ya iban dos a cero. En el descanso, mientras me preparaba un refrigerio, anduve zapeando y vi, esta vez sí, a Hillary Clinton, que intentaba justificar, incluso con chistes, lo que el mundo entero empezaba a saber: que sus espías y embajadores consideran que Zapatero es un cortoplacista, que Putin es un macho alfa y le gusta ir a la fiestas que organiza Berlusconi, el putero, que la Merkel no se arriesga así la maten, que dudan que Cristina Fernández esté en sus cabales… Para saber algunas de esas cosas no hace falta ser espía, me dije, antes de cambiar de canal. Esos son los tontos listos que gobiernan el mundo. En los días sucesivos han ido haciéndose públicos más detalles, cada vez menos elegantes y más dolorosos. El presidente Obama lo había dicho el día de Acción de Gracias: “uno de los privilegios de dirigir el país más poderoso de la tierra es poder salvar a este pavo”. Como parecía bromear, sabemos que hablaba en serio mientras indultaba al pavo de la fiesta, que vivirá un retiro dorado en Disneylandia. Poco a poco supimos que salvaba al pavo más por ser estadounidense que por ser pavo y que mientras tanto es capaz de mover a toda su diplomacia para evitar que juzguen a un compatriota, en concreto a los tanquistas que asesinaron a un camarógrafo español  el 8 de abril de 2003 en un hotel de Bagdag. Cerramos los ojos y ahí está la película: dos asesores de la Embajada de Estados Unidos en España, con caras menos glamurosas que la de Angelina Jolie y Matt Damon, van y vienen por los despachos oficiales en los que prodigan sonrisas y amenazas larvadas. Visitan al Fiscal General de la Audiencia, que desde ese instante se pone a su disposición como un lacayo, informándoles de los pasos que va a dar para desmontar la estrategia de Baltasar Garzón y evitar que se juzgue a los tanquistas. Todo el proceso, pormenorizado, está en internet y en la prensa española. Lo que no está, y es lo que uno se pregunta con más fruición, es qué motiva a este fiscal español a favorecer a los estadounidenses más que a los nuestros. Seguro que hay alguna razón y que no parece ser el patriotismo. Los dos asesores también tocaron al Fiscal General del Estado, a la Vicepresidenta del Gobierno, al Ministro de Exteriores, de los que parece que obtuvieron respuestas también colaboradoras. Hace menos de una semana que le he oído a un diputado español que Marruecos tiene tanta fuerza en nuestro Parlamento que no hay modo de denunciar sus abusos en el Sáhara. Y en una entrevista reciente, Felipe González ha declarado que hay gobiernos que trabajan mucho en la sombra, pero que todo el trabajo del Vaticano es subterráneo. Quizá por eso disfruta de las mismas prerrogativas que durante el franquismo. Las vibraciones llegan a mi pueblo: es evidente que una marea oculta empuja a España hacia esas injusticias. Lo que no sé es por qué mi país las secunda. Igual los de Wikileaks tienen mayor receptividad extrasensorial y algún día nos enteramos.

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