Cordialmente nuestra




Tomar una infusión de té, cantueso y menta en una taza antigua de porcelana es algo más que paladear el contenido. La delicadeza del objeto y su forma imponen el modo de colocar los dedos para sostenerla, el grado justo de presión que ha de ejercer la mano. Mientras la levantamos, salta a la vista la decoración, sutil y minuciosa, ligeramente velada por la antigüedad de la taza, un valor añadido. Si uno es lo bastante sensible, recuerda que otros ojos la miraron, otros labios bebieron en ella: “lleva tras sí miradas / manos, / labios. / Quizá un último suspiro, / un último sorbo, / o el hastío de las tardes”. Este es el tema y estos los últimos versos de uno de los poemas más conocidos de nuestra paisana Dionisia García que, aunque afincada en Murcia, lleva a gala haber nacido en Fuenteálamo.

De hecho, vuelve allí muchas veces en sus libros. Yo diría que cada vez más. Acaba de publicar una selección de los poemas que ha ido escribiendo desde El Vaho en los Espejos (1976), un primer libro tardío, según los críticos, que siguen perpetuando el falso tópico de que un poeta, para ser bueno, debe publicar enseguida, en cuanto cambia los dientes. Sin embargo, y aunque es evidente que ilusiona mucho al protagonista, las dificultades para publicar, cuando el escritor es tenaz, permiten una depuración de la técnica y evitan ese primer libro fallido que unos años más tarde, desde la madurez, todo autor quemaría ejemplar por ejemplar, como hizo Borges con los pocos que había vendido de su primera aventura.

En Cordialmente Suya (Renacimiento) encontramos, más que una colección de poemas, una vida, la de Dionisia García, puesta en pie. Porque, por mucho que vivas, en realidad sólo “eres cuanto recuerdas”, el puñado de imágenes que han quedado grabadas en tu corazón. La suerte del poeta (del poeta que tiene suerte) es que además quedan también grabadas en sus libros. En este del que hablo están las lilas que seguirán estando en los huertos cuando ella no esté, y sin embargo ya las tiene olidas. Está el domingo pueblerino cuyo son de campanas llevaba con tristeza hacia el lunes. Están los vestidos de su madre a la que no conoció. La certeza de que las novias no vuelven. El olor de la gente que vivió en las habitaciones que ahora están vacías. Y, al abrir el armario, el olor que va dejando el tiempo en las cosas.

Está también el perfil aquilino de su abuela, está el pueblo brumoso y el mar omnipresente, están los árboles que se mecen ante la casa y que simbolizan la familia, y también están sus nietos, por supuesto, y la taza de Silesia, claro, en la que bebemos con ella: “Levantarse no duele, es caer en la cuenta / de que estar y no estar ya viene a ser lo mismo. / Importan los susurros, las voces que te amaron / y acuden sin cesar en el silencio”.

2 comentarios:

  1. Gracias Arturo, por descubrirme a esta poetisa. Intentaré leer algo de ella más pronto que tarde. Un saludo desde Mota del Cuervo.

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  2. Gracias a ti, Conchi. Ojalá te guste como a mí. Un saludo desde Chinchilla.

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