Alfonso González-Calero: Aliento

ALFONSO GONZÁLEZ-CALERO
Aliento
Prólogo de Federico Gallego Ripoll
Mahalta, Ciudad Real, 2021

«Es así como va: / sueño y murmullo, / figura apenas y sombra que se escapa. / Un humo que no mancha / y un barro que no quema».

Alfonso González-Calero (Ciudad Real, 1951) publica cada semana un escaparate de los libros que van apareciendo en la comunidad de Castilla-La Mancha o que guardan relación con ella. Este gesto, que mantiene con férrea disciplina, es, junto con sus incursiones diarias en Facebook, una de las escasísimas contribuciones a la cohesión en una región despoblada y artificial, la que menos orgullo de pertenencia genera de todas las Españas. Además de esta abnegación de periodista, González-Calero acaba de entregar su segundo poemario, Aliento, en la recién nacida editorial Mahalta. Los que conocemos a Alfonso sabemos que es un hombre bueno, sin fisuras, que preserva su intimidad con pudor, una de las características de la buena gente. Su poesía nos abre el otro lado de esa intimidad, pues, como advierte Federico Gallego Ripoll en el prólogo, estos poemas brotan de la corriente del vivir y se ciñen a la verdad como a una regla poética. Lo que oímos, o creemos oír en los versos, es la voz con la que Alfonso se habla a sí mismo y nos revela sus fragilidades, las de cualquiera, porque el hombre de este libro podría ser cualquiera de nosotros: «Tú dudas todos los dias. // Tantas veces como tomas aire». El poeta se habla y, como un tenista disponiéndose a sacar, se transmite consignas: hay que saber parar y mirar cómo fluye la noche; hay que saber que la verdad no basta «y que es preciso escudriñar las cosas / que pretenden engañarnos»; es la hora de tener confianza «aunque nos cueste». Las certezas han desaparecido del futuro, pero también, incluso, del pasado: todo son presagios, sueños, brumas. Hasta el recuerdo de la relación con la madre, un poema estremecedor, el más estremecedor del libro, está lleno de titubeos. Los poemas, por cierto, no llevan título, solo citas, puntos de partida para un lector infatigable que en otro poema evoca la primera vez que vio Muerte en Venecia, 50 años atrás: «entonces era todo como un mito».