JOAN MARGARIT Animal de bosque Visor, Madrid, 2021 |
«Es una insobornable austeridad / la que impone el final. Calla y escucha. / Llamabas a esto amor, en algún verso».
Cuando Joan Margarit (1938-2021) escribió los poemas de Animal de bosque sabía que iba morirse. Este libro es una despedida. Atraviesa por todos los periodos de un proceso tan humano y tan dramático y lo hace con la sensibilidad de un poeta que fue premio Cervantes. Margarit aprendió ya mayor, pero aún a tiempo, que el germen de sus versos nacía en la cripta de su lengua materna, el catalán. Pero siguió difundiéndolos en ambas catedrales, la del catalán y la del castellano, haciendo que de cada poema suyo nacieran dos, no siempre coincidentes aunque brotaran juntos. En el libro póstumo, recuerda que los presentimientos y las premoniciones se cumplen: «el miedo a todo aquello que podía venir / y acabó por llegar. / Ningún camino ahora nos llega desde allí». Se adelanta al futuro para ver que su propia soledad y la de sus pintores admirados quedará «como la ropa blanca doblada en el armario», o en otro momento «como botellas rotas de cristales oscuros / que ya no cruzará ningún rayo de luz». La vida sabe a poco y deja aprendizajes que pueden condensarse en versos aforísticos: «de la pobreza viene mi alegría», «nada ennoblece como comprender», «solo la intimidad es un refugio». De comprender sabía mucho este poeta, que además era arquitecto y profesor de Cálculo de Estructuras en la Universidad, que dedicó sus últimos años a intentar descifrar algunos de los misterios de la escritura poética, y el último de todos a explicarse su propia vida en poemas reflexivos, reposados, descriptivos. A veces descendía al detalle porque quería salvar retazos de memoria, chispazos de su infancia. No es casual que el poema nuclear de este libro se titule «La casa» ni que empiece diciendo: «La casa ya organiza sus futuros olvidos. / Una corriente de aire, la puerta que se cierra, / como un aviso, con un golpe seco». Como aficionado al jazz, tampoco sorprende esta reflexión: «cada uno es el solista / de su propio silencio: / debe saber muy bien cuando ha de entrar».
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