Francisco Brines: Desde Elca

FRANCISCO BRINES
Desde Elca
Pre-Textos, Valencia, 2020

«Todo es siempre presente, / pues todo se sucede y nada acaba. / No hay tiempo, solo espacios».
Francisco Brines (Oliva, 1932) nos dejó hace unos días, cuando aún estaba caliente en sus manos el premio Cervantes. Lo había recibido en su casa de Elca, esa casa donde escribió Las brasas, su primer poemario. Hablaba en aquellos versos veinteañeros como si la vida estuviera ya vivida y fuera un hombre anciano el que se asomara a los balcones con nostalgia. En el año 2000, con sesenta y ocho años, volvió a la misma casa de Elca, esta vez para retirarse en ella, como cerrando un ciclo, el de su vida y su poesía, que se concretó en el más reciente poemario publicado, La última costa (1995). Allí fue adonde le acercaron el Cervantes al hombre anciano que él mismo había anticipado en su primer poemario, como si el tiempo fuese circular, como si no hubiese tiempo, «solo espacios». Para celebrar el evento, sus amigos de Pre-textos le publicaron un libro que se llama Desde Elca y que recoge muchas de las vueltas que el poeta dio en sus versos al lugar que era su vida: «si estoy en Marrakech, me sueño en Elca». Incluye unos cuantos inéditos. En su dicción pausada y precisa, Brines se describe a sí mismo en soledad, persiguiendo las rutinas familiares que han terminado siendo ecos, sombras: «vivo en la intimidad de la casa vacía, / y en las habitaciones despobladas / puedo escuchar el sonido apagado de la vida». Brines siempre estaba asomándose al atardecer, y hay poemas emblemáticos como «Palabras para una despedida» o «Los veranos» donde plasma el clamor de su propia experiencia. Pero hay muchos otros en los que mira desde el balcón y ni siquiera se ve a sí mismo, días que «destrozó el silencio / y no ha quedado nada para nadie». Y sin embargo, están las flores, su fragancia invencible salvando los veranos: el azahar, el jazmín, las omnipresentes rosas. Y están sus reflexiones iniciales, una auténtica lección de poesía, desde la experiencia mágica, casi sexual de la adolescencia, hasta el estremecimiento de la emoción, la única verdad que sirve en poesía, y que es revelación, antes que para nadie, para el propio poeta.

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