Foto: Elsa García Sánchez
J.A. GONZÁLEZ IGLESIASJardín Gulbenkian Visor, Madrid, 2019 |
«Comprendo / sin comprenderlas todas las
zozobras / de los últimos tiempos. Al lenguaje / las entrego».
Juan Antonio
González Iglesias (Salamanca, 1964) ahonda en el estilo que le caracteriza, una
poesía que finge ser ensayo y que sin embargo es pasión, que parece rasear con
frases reflexivas pero que vuela con el esplendor relajado de las águilas. En
esta ocasión se apoya en la amistad epistolar entre el coleccionista Calouste Gulbenkian
y el diplomático Saint-John Perse. Hablaban del jardín que el primero había construido
en Normandía. Un jardín y una amistad que a González Iglesias le inspiran su
propia convicción: «cercados como estamos por los muchos que no creen en nada,
pidamos que el arte y la poesía nos ayuden para resistir el chantaje de la
época». El jardín es solo un punto de partida, que luego se mezcla con el
gusto del poeta por las etimologías y por su canto tendido a la amistad, a lo
epicúreo, a lo sencillo: «lo sencillo está diseminado por el mundo. / A veces
no se ve, porque es diáfano. / Su lugar es la rutina tanto como el acontecimiento».
Poco a poco, la experiencia de lo vivido va pidiendo también paso: «Estoy muy
lejos / de muchas cosas ya, cerca de todo». No obstante, la morosidad y la
contemplación acaban gobernando el ritmo de las páginas. Al fin y al cabo, «el poeta
comparte con la vida / la lentitud y la tenacidad / puesta en aquello que otros
desestiman, / el desentendimiento, la esperanza / en el grano perdido tierra
adentro. / Mientras estoy durmiendo, el árbol crece». La alusión shakesperiana,
el tributo al desasimiento de Santa Teresa, el homenaje a Tomás Moro van
engastados en la biografía poética tanto como los paisajes desde los que el
autor se asoma al Tormes o a los pinos de Atenas. La vida traza también curvas
como la del río de Salamanca. Así, las cartas que intercambiaron Gulbenkian y
Perse se conservan en un nuevo jardín, situado ahora en Lisboa, y han visto la
luz en una revista francesa. «Sobrios también podemos embriagarnos / con este
vino que la tarde vierte / en su pequeña copa. ¿No se llama / el cielo así?».
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