ANA MARTÍNEZ CASTILLO Me vestirán con cenizas Versátiles, Huelva, 2019 |
«Seremos / el ciervo atropellado / junto a
la carretera».
Ana Martínez Castillo (Albacete, 1978) compagina la escritura de poesía con la de relatos fantásticos. Y una vertiente se alimenta de la otra. Me vestirán con cenizas es un poemario que habla de la muerte con un ritmo hipnótico a partir de imágenes cotidianas, surrealistas, que sin embargo no intentan eludir, y que de hecho persiguen, la crudeza, por ejemplo, de los hospitales: «Son cosas que pasan. Cosas que se tuercen, que se asfixian, que se deforman, que te sacan del cuerpo una tarde, cosas invertebradas que laten, que respiran, que se detienen, cosas que se envuelven en plástico, que tiran a un contenedor una tarde, cosas que se manipulan con guantes, brillantes anomalías de carne que una, sin embargo, nunca deja de querer». El universo habitual de Martínez Castillo se arrastra por las habitaciones de la memoria reciente, y se regodea en feísmos un tanto naïfs, como la baba, la orina, los grumos y los váteres mal iluminados. Las imágenes se suceden en catarata y desembocan en finales donde la soledad y el olvido son los únicos abrazos que cabe esperar: «Solo soy un recuerdo hiriente. / Solo soy esquirla de algo que caduca», o en otro momento: «Y da igual lo que fuiste. Da igual. / Ya nadie lo recuerda». El paisaje manchego, con su viento ululante y su llanura, ofrecen una escenografía ancha como una cárcel en la que el horizonte juega el papel de paredes y de rejas, una celda infinita que absorbe los ruidos: «Tú, llanura, eres el viento que mastica la voz de los animales». En esa atmósfera recargadas de imágenes que discurren en la desértica nada, oficia la autora su fantasía de olvidos que culminan en «También», un poema, el último, en el que se ve a sí misma de cuerpo presente, entregada a sus deudos («vendrán los que me quisieron y sabrán que mi cuerpo está dentro, que mi cuerpo es rehén de la lluvia, (…) retrato que amarillea en un muro». Poemas que recuerdan el estilo doliente pero festivo con que viven la muerte en México, desde el que hilaron su obra artistas referenciales como Frida Kalho.
Ana Martínez Castillo (Albacete, 1978) compagina la escritura de poesía con la de relatos fantásticos. Y una vertiente se alimenta de la otra. Me vestirán con cenizas es un poemario que habla de la muerte con un ritmo hipnótico a partir de imágenes cotidianas, surrealistas, que sin embargo no intentan eludir, y que de hecho persiguen, la crudeza, por ejemplo, de los hospitales: «Son cosas que pasan. Cosas que se tuercen, que se asfixian, que se deforman, que te sacan del cuerpo una tarde, cosas invertebradas que laten, que respiran, que se detienen, cosas que se envuelven en plástico, que tiran a un contenedor una tarde, cosas que se manipulan con guantes, brillantes anomalías de carne que una, sin embargo, nunca deja de querer». El universo habitual de Martínez Castillo se arrastra por las habitaciones de la memoria reciente, y se regodea en feísmos un tanto naïfs, como la baba, la orina, los grumos y los váteres mal iluminados. Las imágenes se suceden en catarata y desembocan en finales donde la soledad y el olvido son los únicos abrazos que cabe esperar: «Solo soy un recuerdo hiriente. / Solo soy esquirla de algo que caduca», o en otro momento: «Y da igual lo que fuiste. Da igual. / Ya nadie lo recuerda». El paisaje manchego, con su viento ululante y su llanura, ofrecen una escenografía ancha como una cárcel en la que el horizonte juega el papel de paredes y de rejas, una celda infinita que absorbe los ruidos: «Tú, llanura, eres el viento que mastica la voz de los animales». En esa atmósfera recargadas de imágenes que discurren en la desértica nada, oficia la autora su fantasía de olvidos que culminan en «También», un poema, el último, en el que se ve a sí misma de cuerpo presente, entregada a sus deudos («vendrán los que me quisieron y sabrán que mi cuerpo está dentro, que mi cuerpo es rehén de la lluvia, (…) retrato que amarillea en un muro». Poemas que recuerdan el estilo doliente pero festivo con que viven la muerte en México, desde el que hilaron su obra artistas referenciales como Frida Kalho.
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