RAFAEL GUILLÉN Últimos poemas (Lo que nunca sabré decirte) Vandalia, Sevilla, 2019. 84 pág., 11,90€ |
«Los aleteos / de tu sonrisa iban y venían
/ por mi dolor».
Cualquiera que conozca someramente la historia de la poesía sabe que uno de los temas más difíciles de abordar a estas alturas es el amor. Escribir de amor en el siglo XXI, después de todos los poemas sublimes que nos han precedido, es escalar un Everest que a veces se antoja inalcanzable. Ahí está el reto. Rafael Guillén (Granada, 1933), a la vuelta de todos los premios y todos los viajes que una vida larga puede concederle a un poeta, ha reunido un libro de amor y lo entrega limpio y sin pretensiones. Últimos poemas lo ha llamado, y le ha colocado el subtítulo de (Lo que nunca sabré decirte). Así, renunciador, entre paréntesis, como si se pusiera una venda antes de sentir la herida. Y sin embargo, todo el libro celebra el amor, con sosiego, con detenimiento, que es el modo con el que la pasión se sabe vestir cuando la ilumina una experiencia fértil. El amor es triste porque se está despidiendo mientras sucede: «Inútil es huir. / Inerme, suspendido / sobre el abismo de tu cuerpo, es el vértigo / del presente el que al cabo / me atrae y me domina. Este presente, / siempre ofreciendo su fingida / seguridad y siempre fugitivo». El tono es coloquial y controlado y sin embargo Guillén sabe de sobre que no tiene vuelta lo que se está dirimiendo: «El juego es a muerte. / Porque es a muerte todo / lo que ocurre entre dos cuerpos. / Porque el tacto no puede / ir más allá de la materia, / y el deseo, que la sobrepasa, / cae al vacío, y te lo digo / bordeando las simas / de la locura». Sigue habiendo amor, en presente, pero hay también mucho amor que se ha quedado en el camino y aún chisporrotea en la memoria: «y llega un viento, llega la materia / todavía deforme de un recuerdo. / Y estás tú en ese viento». Poemas como «Momentos antes», «Quizá llovía» o «Se hizo la oscuridad» mezclan de tal manera pasión y tragedia, presente y recuerdo, mesura y desmesura que parecen escritos desde la cima de ese Everest gigante que disuade a muchos de tratar el amor. Guillén deja abierta una ruta, como quien no quiere la cosa.
Cualquiera que conozca someramente la historia de la poesía sabe que uno de los temas más difíciles de abordar a estas alturas es el amor. Escribir de amor en el siglo XXI, después de todos los poemas sublimes que nos han precedido, es escalar un Everest que a veces se antoja inalcanzable. Ahí está el reto. Rafael Guillén (Granada, 1933), a la vuelta de todos los premios y todos los viajes que una vida larga puede concederle a un poeta, ha reunido un libro de amor y lo entrega limpio y sin pretensiones. Últimos poemas lo ha llamado, y le ha colocado el subtítulo de (Lo que nunca sabré decirte). Así, renunciador, entre paréntesis, como si se pusiera una venda antes de sentir la herida. Y sin embargo, todo el libro celebra el amor, con sosiego, con detenimiento, que es el modo con el que la pasión se sabe vestir cuando la ilumina una experiencia fértil. El amor es triste porque se está despidiendo mientras sucede: «Inútil es huir. / Inerme, suspendido / sobre el abismo de tu cuerpo, es el vértigo / del presente el que al cabo / me atrae y me domina. Este presente, / siempre ofreciendo su fingida / seguridad y siempre fugitivo». El tono es coloquial y controlado y sin embargo Guillén sabe de sobre que no tiene vuelta lo que se está dirimiendo: «El juego es a muerte. / Porque es a muerte todo / lo que ocurre entre dos cuerpos. / Porque el tacto no puede / ir más allá de la materia, / y el deseo, que la sobrepasa, / cae al vacío, y te lo digo / bordeando las simas / de la locura». Sigue habiendo amor, en presente, pero hay también mucho amor que se ha quedado en el camino y aún chisporrotea en la memoria: «y llega un viento, llega la materia / todavía deforme de un recuerdo. / Y estás tú en ese viento». Poemas como «Momentos antes», «Quizá llovía» o «Se hizo la oscuridad» mezclan de tal manera pasión y tragedia, presente y recuerdo, mesura y desmesura que parecen escritos desde la cima de ese Everest gigante que disuade a muchos de tratar el amor. Guillén deja abierta una ruta, como quien no quiere la cosa.
Lo que ne sugiere la obra de Guillén es que la vida es dolorosa,pero el amor la sublima.
ResponderEliminar