DÉBORAH GARCÍA Te doy el mar Rialp, Madrid, 2019 |
«En oleada creciente los rostros familiares
emigran a la ausencia, / tras la felicidad se alejan, enmudecen / las voces que
llenaban mis veranos de mar».
Nos ha sorprendido gratamente la irrupción de Déborah
García, poeta cubana (Santa Clara, 1971) que viene de ganar el premio Alegría
con un poemario frondoso en el que el mar es protagonista omnipresente, casi
siempre contemplado desde la nostalgia de quien lo frecuentó en mejores
tiempos: «Viéndonos en antiguos retratos sin color / me pregunto cómo es la
propia ausencia, / ser uno el que se resta de todo los demás…». Versos largos,
claros, que con su cadencia van enredándonos de lirismo, al tiempo que rescatan
minuciosamente momentos que quedan ya borrosos hasta para quien los vivió: «Pero
el recuerdo es una sustancia intransferible; / como comunicar la invisible belleza,
/ el oleaje del aire, sus eternas corrientes…». El Caribe, con todas sus sensaciones
encendidas, ayuda en el rescate. Ocurre por ejemplo en un pasaje en que los diferentes
olores van marcando las zonas de aproximación al mar, en aquellos viajes en
tren con la familia: «Al olor herrumbroso de los rieles / sucedía el olor de la
albahaca macerada / y luego el de los mangles; / unos pocos minutos entre uno y
el otro / indicando los puntos del trayecto hacia el mar». Pero ese mar no es
solo recuerdo, también ayuda a soportar dolores que están aún por curar, algún
amor tal vez: «el paisaje infinito, el apacible, / los soberbios paisajes de
las aguas / conseguirán quizá sanar mis ojos / de visiones de ti que todo
abarcan». El mar, su escenografía que abriga por fuera y llena por dentro,
también hace más llevaderas las despedidas, como ocurre en «Paulatino», uno de
los poemas centrales del libro: «Estamos practicando su distancia / se aleja un
poco más de tarde en tarde / deambula largas horas / las orillas del río, los
amigos, la noche». Que el poemario se alargue un poco de más y las
reiteraciones vayan restándole intensidad no impide que los hallazgos sigan
vivos en la memoria: «así, el regalo simple y jubiloso de poseer el mar».
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