LUIS GARCÍA MONTERO Una melancolía optimista Prólogo de Xelo Candel Vila Visor, Madrid, 2019 |
«Porque sé que los sueños se corrompen / he
dejado los sueños».
Son los primeros versos de «El insomnio de Jovellanos», uno de los poemas emblemáticos de Luis García Montero. Adopta al escribirlo la voz del ilustre político, desengañado en su destierro frente al mar. Lo hace a la manera con que, antes que él, Luis Cernuda encarnó a Luis de Baviera y Valente a Maquiavelo, en otros monólogos dramáticos inolvidables. Una melancolía optimista, la última recopilación del granadino Montero (1958) es demasiado variada y amplia como para merecer un resumen, pero podría condensarse en esos dos versos de Habitaciones separadas (1994) que anticipan el desengaño inherente a madurar. El propio Montero insistía en 2009: «los momentos de lucha pasan, las banderas y los sueños se degradan, pero queda la educación sentimental». Acumular la poesía de toda una vida (aunque sea una selección propia) siempre es generoso porque inevitablemente muestra el proceso de aprendizaje que ha llevado a los logros. García Montero ha sido un alumno aplicado: ha recreado sin prurito a sus ídolos, ha hecho mucho ejercicio de dedos (que diría un pianista) hasta alcanzar la técnica que le permitiera escribir lo que quería escribir. Abre su recopilación con poemas de Tristia (1982), que publicó con Álvaro Salvador, y la cierra con piezas de Además (1994), que «por juventud, juego o compromiso» consideraba en las «fronteras de la intención central» de su poesía. Es decir, que detrás de Una melancolía optimista hay un afán de coherencia. La prologuista Xelo Candel lo recalca con solvencia teórica. Como pasa siempre, la poesía se rebela desde la emoción para contrariar todas las coherencias y las poéticas, sin que ello signifique (al contrario) que sea menos valiosa: «Nos duele envejecer, pero resulta / más difícil aún / comprender que se ama solamente / aquello que envejece». Son versos también de Habitaciones separadas, donde el trasunto poético del autor les decía a sus padres: «En vosotros aprendo que la vida / tiene menos que ver con los principios / que con la dignidad de los finales».
Son los primeros versos de «El insomnio de Jovellanos», uno de los poemas emblemáticos de Luis García Montero. Adopta al escribirlo la voz del ilustre político, desengañado en su destierro frente al mar. Lo hace a la manera con que, antes que él, Luis Cernuda encarnó a Luis de Baviera y Valente a Maquiavelo, en otros monólogos dramáticos inolvidables. Una melancolía optimista, la última recopilación del granadino Montero (1958) es demasiado variada y amplia como para merecer un resumen, pero podría condensarse en esos dos versos de Habitaciones separadas (1994) que anticipan el desengaño inherente a madurar. El propio Montero insistía en 2009: «los momentos de lucha pasan, las banderas y los sueños se degradan, pero queda la educación sentimental». Acumular la poesía de toda una vida (aunque sea una selección propia) siempre es generoso porque inevitablemente muestra el proceso de aprendizaje que ha llevado a los logros. García Montero ha sido un alumno aplicado: ha recreado sin prurito a sus ídolos, ha hecho mucho ejercicio de dedos (que diría un pianista) hasta alcanzar la técnica que le permitiera escribir lo que quería escribir. Abre su recopilación con poemas de Tristia (1982), que publicó con Álvaro Salvador, y la cierra con piezas de Además (1994), que «por juventud, juego o compromiso» consideraba en las «fronteras de la intención central» de su poesía. Es decir, que detrás de Una melancolía optimista hay un afán de coherencia. La prologuista Xelo Candel lo recalca con solvencia teórica. Como pasa siempre, la poesía se rebela desde la emoción para contrariar todas las coherencias y las poéticas, sin que ello signifique (al contrario) que sea menos valiosa: «Nos duele envejecer, pero resulta / más difícil aún / comprender que se ama solamente / aquello que envejece». Son versos también de Habitaciones separadas, donde el trasunto poético del autor les decía a sus padres: «En vosotros aprendo que la vida / tiene menos que ver con los principios / que con la dignidad de los finales».
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