José María Álvarez, Una desamparada hermosura

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
Una desamparada hermosura
Renacimiento, Sevilla, 2018
«Escuchas / el bramido de esas calles, ahí abajo, / ese bramido que no ha cesado / desde siglos. La alegría / de vivir».
Desde 1974, con la primera versión de Museo de cera, el cartagenero José María Álvarez (1942) ha ido acumulando poemas y poemarios que en el fondo ahondan en una misma emoción: la dicha de contemplar paisajes crepusculares, ciudades exóticas, mujeres fatales, mientras el personaje que nos habla saborea un licor, acaricia un libro, siempre lo bastante exquisito y restringido como para que pocos puedan apreciarlo como él: «Ah esos libros que acompañaron a alguien / y ahora a ti, que tienen el calor / de tantas manos, la fiebre de tantos ojos, / a veces anotaciones de otro / y que sabes que cuando tú no estés / acompañarán otras vidas. / Agradécelo».  Y no obstante, sus versos saben decirlo de un modo hipnótico, inconfundible, que consigue que al leerlo podamos compartirlo. Una desamparada hermosura es un paso más adentro de ese clima que ya no tiene retroceso. Álvarez ha cambiado la acostumbrada proliferación de citas por títulos en latín, pasea uno por uno con sus ídolos, acompañándolos en sus horas más nocturnas e íntimas, aprieta una tuerca en la maldición hasta sumergirse en el sexo bordeando el feísmo y consiguiendo en ese límite alguno de los poemas más intensos (Vestibulum ante ipsum primis in faucibus orci). Incluso se permite una serie de incursiones en su infancia remota: «Algunas noches en el duermevela / sigo viendo esa mar, esos crepúsculos, / ese casco meciéndose en la calma. / Y es como si mis pies siguieran hundiéndose / en aquella arena bajo las aguas / donde corrían pececillos y brillaban las conchas». Su personaje mira con antipatía aristocrática la creciente vulgaridad que lo rodea: «Ahora miro esas calles. Hay demasiada gente / que ya no sabe quiénes son; / ojos muertos, de seres sin futuro». Y sigue degustando y agradeciendo, con la convicción de que le queda menos horizonte y buscando por tanto una despedida que sea también una pose: «Como Shutei / todo cuanto dejo es el agua / que ha lavado mis pinceles».

3 comentarios:

  1. Me gusta lo que escribe. No lo conocía. Gracias por traerlo a tu blog. Lo tendré en cuenta. Besos,

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  2. Yo también lo creo, Susana. Me parece que está en la misma onda de la que participas. Ya me cuentas. Besos

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