María Maizkurrena, Tierra sumergida

MARÍA MAIZKURRENA
Tierra sumergida
El gallo de oro, Bilbao, 2019. 66 pág., 12€

«Soy solo lo que veo, lo que fluye, / los días que se pierden, los cielos que se van».
María Maizkurrena (Londres, 1962) es columnista del diario El Correo y mantiene la web Poetas Vascos. Ha obtenido premios notables como el Oliver Belmás y el Antonio Machado en Baeza. Tierra sumergida es su sexto poemario. Ha visto la luz en la editorial bilbaína El gallo de oro y aparece envuelto en una frondosa maquetación de Maider Goikoetxea, que recrea una jungla de color. Sin embargo, a Maizkurrena le preocupa más el trasfondo de la realidad que la realidad misma, cuyo ruido rechaza: «Está confuso el día. Está confuso / el mundo. / Enredado esn sus ruidos. Turbio. Salen / de las grietas del tiempo los insectos / como caballerías de tu miedo / y tu esperanza». Le preocupa rastrear los indicios de lo que fue y está a punto de perderse: «Me interesa la ciudad que existió y ya no está viva / aunque otra con el mismo nombre / ocupe su lugar». El título alude precisamente a esa realidad que queda ya fuera del alcance de nuestros sentidos, y sin embargo todavía nos influye: «Todos estos recuerdos no son míos, / los míos, los de otros, los de nadie, / pero tal vez harán que yo sea yo». La tierra sumergida es además el título de uno de los poemas, un largo poema en prosa, cargado de lirismo, que tal vez sea la pieza más poderosa del libro. Partiendo de ciertas sensaciones retenidas por la memoria, se esfuerza en comprender de qué modo el progreso ha transformado el paisaje hasta desfigurarlo: «Pero yo oigo el río. Su sonido es el silencio. Oigo la luz cansada sobre el mundo, la noche que entra, el río que pasa. Oigo la canción de la tierra sumergida». En un tono salmódico, de dolor contenido reivindica el paisaje cegado y anota el paso del tiempo: «No comprendo cómo ha sido posible que llegue el futuro, si aquel atardecer aún sigue fluyendo en alguna parte. Fluye eternamente. Fluye hacia el día de hoy irreparablemente». El acierto del libro es vincular la ecología con la identidad y el modo en que lo hace: «lo que pasaba era el tiempo, nada más, pero era como si no pasara nada».

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