Antonio Manilla, Suavemente ribera

ANTONIO MANILLA
Suavemente ribera
Visor, Madrid, 2019

«Mejor haría levantando el acta / de cuanto ocurre ahí afuera y es presente, / por escaso que sea: / latencia imperceptible de la vida / en los acantilados de la noche».
Antonio Manilla (León, 1967) se agarra con las dos manos y con todos los versos a la orilla del río de la vida, el que acuñó Jorge Manrique. Desde allí intenta atrapar el instante, sabedor de que es cuanto tenemos. Encadenados al discurrir, nuestra condena es soñar con Ítaca, a la que no regresaremos nunca. En este triángulo de mitos: el río que somos, el «carpe diem» y el viaje de Ulises, se mueven los poemas de Suavemente ribera. «Los tensos chopos, / la orilla laboriosa, / el verde general del río, / nadie / supo observar jamás igual que tú, / con tan precisos adjetivos / y curiosa mirada, / el ser del hombre. // Este pasar y estar al mismo tiempo». Porque somos los ríos que van a la mar que es el morir, por eso «son saladas las lágrimas / pues el mar comunica con los párpados». La voz que va hilando los poemas se esfuerza a menudo en dar consejos, en proponer qué hacer en las encrucijadas, es la voz con que se anima el poeta a seguir adelante. Vive, «no te resistas, déjate arrastrar sin oposición, / disfruta mientras seas / una hoja en la corriente de la vida». Y mirando hacia adelante, deja muescas grabadas en la piedra, a la manera de Kavafis: «Aguarda, caminante, / y piensa en el viajero de mañana / que ha de pasar junto a tu tumba un día / que espero muy remoto. / (…) / Si no por mí, desconocido al cabo, / ten compasión de ti». Manilla es periodista y a veces aflora en sus versos la crónica de un mundo que a la vez se desfigura y resiste: «Tan sólo sombras donde en el pasado había / fuentes, campanas, niños. Ortigas y maleza / medrando en el silencio y un jilguero que rompe, / con su canto de amor, la densidad del sueño». Porque hay hay que levantar el acta de la luz y de los pájaros, y de las palomas que de pronto levantan al vuelo como monedas al sol, de todo cuanto merece la pena: «Canta el corazón del ave, / no la garganta ni el pulmón minúsculo / desde el que se alza el trino».

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