Sandro Luna: La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos

SANDRO LUNA
La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos
Cálamo, Palencia, 2024

«Porque vienen a mí / de repente esas tardes / de un sábado cualquiera / y me arrancan los ojos
».

A Sandro Luna (L´Hospitalet de Llobregat, 1978) le gusta jugar con los títulos de sus poemarios. Así lo ha demostrado en los cinco anteriores, desde ¿Estamos todos muertos? (2010) hasta el más reciente El monstruo de las galletas (2020). Con La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos alude al personaje de la novela El Buscavidas, de Walter Tevis, que interpretó Paul Newman en su versión cinematográfíca. Es un jugador de billar al que le rompen los pulgares por no achantarse ante un villano. En el poemario de Luna, el escenario no es una mesa de billar, sino la vida. La villanía son los afectos, siempre contradictorios: «Los cuerpos que se abrazan / son chasquidos de bolas de billar que se golpean. // Y es difícil amar, porque nos duele». El libro está dividido en tres partes. En la primera, «No hay escapatoria», el poeta siente la realidad como un corsé: «Los olores se mezclan y yo siento / que mi casa, que el mundo, / por hermoso que sea, es una habitación / sin ventana y sin aire / que un hombre pobre alquila». El agobio está en todas partes, también en los elementos de la naturaleza, como ocurre en el breve poema «Grieta»: «Está escarbando el sol, / ¿acaso no lo ves? / Busca la libertad en una grieta». La parte intermedia del libro está más atada a lo circunstancial. En la tercera, titulada «Girasoles», Luna acomete, entre otras cosas, la delicada relación con el padre: «Y ocurrió lo que ocurre / cuando de igual a igual / dos hombres que se aman / se dicen en silencio / cosas incomprensibles». Resultan intensos los poemas «Viejo» y «Elegía» y particularmente impactante el breve titulado «Fe»: «Porque sé que a los cuerpos / aunque mueran, / los junta una energía; sé también que la muerte / es solo un pensamiento: / ―¿Qué harás cuando te mueras? ―me pregunta mi hija. // Sentarme en las rodillas de mi padre». Otra de las elegías finales concluye: «Vivir es un milagro ajeno al mundo». El libro ha recibido el premio Jorge Manrique en su séptima edición. 

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