Antonio Aguilar Rodríguez: Diario oblicuo

ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ
Diario oblicuo
Huerga & Fierro, Madrid, 2023

«Hace un calor asfixiante. / Parece que estemos perdidos / en un océano de palabras confusas y oscuras».

Antonio Aguilar Rodríguez (Murcia, 1973) ha construido este poemario hilvanando las anotaciones de un día sobre otro. Ha usado el taller como motor de la escritura y lo reconoce desde el título. También en algunos pasajes: «Esta manera de escribir diariamente / no deja de tener algo de dripping. / Pienso en Jackson Pollock / dejando que la brocha gotee…». Por afinidad, alude a otros escritores que han usado la misma fórmula, como el Margarit póstumo de Animal de bosque. Aguilar es un poeta de los que tratan de capturar el tiempo, de salvar en sus poemas la vida que fluye con la luz del mundo, sin dios y sin que nadie se percate de ella. Arriba está la luna y abajo nosotros «y estas incomodidades que llamamos vida». Este afán se condensa en «Resina», un poema que aprieta el beatífico presente dentro de una gota de resina que con el discurrir de los siglos alguien podrá apreciar convertida en ámbar: «Salvo por el canto de unos pájaros / todo parece / sumido en la quietud / de una resina fresca». Como escritor y profesor, Aguilar es también un lector aplicado que integra las lecturas en su vida, o en su aspiración de vida: «nunca he visto luciérnagas salvo en los libros». Tanto como la metapoesía, la lectura es una actividad que aflora muy a menudo en estas escenas cotidianas: «trazo una marca con mi lápiz / sobre las páginas que leo / y a las que volveré. / Migas de pan». En la lógica variedad de los poemas, destacan especialmente aquellos en los que expone dos sensaciones, a veces de pasado y presente, y las va alternando hasta que se pierde el contorno y estalla la expresión. Él mismo formula el sortilegio: «como los sentimientos, la vida gana / cuando los límites se vuelven imprecisos». Ocurre, por ejemplo, en «Zagajewski» y en evocaciones familiares como «Linotipistas» o «Pájaros y lluvia»: «Y pienso en mi abuela, / sorteando los charcos de la posguerra. / Una niña que arroja a escondidas / las mondas de naranja, / para que nadie sepa / qué hambre las robó».


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