FEDERICO GALLEGO RIPOLL Las travesías Renacimiento, Sevilla, 2020 |
«Solo sin piernas llegarás lejos. / Solo
sin alas volarás alto. / El fondo de los mares brota de tu latido. / La planta
de tus pies / conserva la memoria del paisaje».
Después de dieciocho libros, el
ciudadrealense Federico Gallego Ripoll (Manzanares, 1953) ya no busca otra cosa
que la esencia, lo sutil que solo alcanza a valorar el viajero de la vida, el
que ha recalado en muchos puertos y se ha asomado a muchos horizontes: «Lo que
queda del mar en las manos mojadas / es su hálito de vida, no la sal ni la
espuma». Hay una sabiduría a la que se accede con el lenguaje o no se accede. Está
en las cosas sencillas, pero está también en las ausencias, sobre todo en las ausencias que a veces son enormes, mucho más grandes que las cosas tangibles: «el hueco
de tu cuerpo pesa como / todos los mares juntos». Federico Gallego tiende sus
palabras hacia esos paisajes en los que ha ido desembarcando, las tiende como tienden
sus redes los pescadores. Lo importante es sentarse a la orilla y esperar, y
tener fe en esa espera y en que los aparejos están en orden, preparados. La
realidad, para el que que conoce los caladeros, brota como un premio, como un enorme
milagro que mezcla en su sinfonía los sonidos, con los colores y los aromas. El
agua, en todas sus formas, es casi siempre la que al final actúa como reactivo.
Al fin y al cabo somos agua sobre todas las cosas: «Esa campana mueve el mar; /
entero dobla / el mar dentro de ella, / y tú elevas tus pájaros añiles / para
tender el día como un velo». A veces el milagro es tan sencillo que surge del
reflejo de un árbol sobre la superficie de un charco: «de ramo en ramo el
arrayán somete / su verde al agua: lo multiplica, / lo alza, lo abandona». Pero
en la poesía de Gallego Ripoll subyacen, tan bien asimilados que apenas se
destacan, elementos culturales, sitios, nombres, incluso civilizaciones. Todo está
ahí, enriqueciendo la mirada que penetra en las cosas y del puro esperar las va
cambiando: «con qué insistencia miro el agua, / hasta que germinan las semillas
/ y brotan, altos, los lirios transparentes». SEFARAD
Con qué insistencia miro el agua,
hasta que germinan las semillas
y brotan, altos, los lirios transparentes,
el fruto con que en el limo
se gestaron las lágrimas.
Pecio inextinguible,
siempre amanecerá después de cada guerra,
y siempre habrá quien siga
esperando el milagro
de que haya sido un sueño.
No pierde la esperanza,
la llave, de ajustar
en el ojo cegado de la puerta.
Ni tampoco la pierde el derrotado
de encontrar el camino
de regreso a la casa.
¡Qué maravilla! Otro poeta que no conocíamos y que parece muy interesante. Y no me queda otra que reconocer lo bien que nos lo presentas, Arturo. No puedes evitar tu mirada poética. ¡Con qué facilidad entras! Incluso enriqueces con tu visión lo comentado.
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