RAÚL HERRERO Ciclo del 9 (1999-2019) Huerga y Fierro, Madrid, 2020 |
«Al regresar me observa una silla vacía, /
mudo mi posición, me veo sentado sobre ella, / tan ajeno, tan distanciado de
los sucesos habituales, / que recompongo el desolador aliento de la vida».
Raúl
Herrero (Zaragoza, 1973) dirige la editorial Libros del Innombrable, a la que
ha imprimido una línea que parte de Lautréamont y desemboca en Arrabal, pasando
por Rimbaud, Cirlot, Jarry y tantos otros poetas que fueron visionarios. En
pura coherencia, cuando él mismo escribe, sigue a rajatabla el camino marcado.
Acaba de recopilar sus últimos veinte años de versos en un libro de título
cabalístico: Ciclo del 9. Cada poeta tiene su rutina para entrar en el trance,
y la de Raúl Herrero consiste en convocar al tú, a una segunda persona que unas
veces es la correspondencia amorosa, pero más generalmente es él mismo y aún
más a menudo es el mundo, ese desorden incomprensible en el que hay que
adentrarse tanteando con palabras, con frases, con imágenes: «junto a ti viaja
mi cuerpo en la litera de un tren / que penetra sin reposo en la caverna infinita».
En la poesía de Herrero todo está transmutado, el dolor, el insoportable ruido
de las ideas, la sagrada incertidumbre del deseo que surge en el final de las
estaciones, «donde la lluvia se torna polvo». No es una poesía complaciente con
el lector porque a la vez que interpreta el mundo está volviendo a cifrarlo
desde dentro, fiel a la tradición romántica, a la herencia simbolista que Herrero
incorpora en su despliegue creador: «todo lo que nombres / te será arrebatado.
/ Los años pasan dando patadas / a las formas inciertas del pensamiento». Solo
su pintura (también es pintor) se acerca más a un universo pop y sicodélico, que
a veces influye en las imágenes de sus poemas: «el amor como una mosca dentro
de mi pecho» o «el amor se ha vuelto amarillo / como un cangrejo quemado». En el
mundo vuelto bocabajo donde escribe Herrero, las preguntas eternas parecen más cerca
de encontrar su respuesta: «¿y si la verdad no formara parte de la belleza?». Y
sin embargo solo encuentran emoción desbocada: «¡Qué desorden de luz!»
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