ANTONIO LUCAS Los desnudos Visor, Madrid, 2020 |
«No existe pájaro más bello que una frase».
Con su estilo de versos sentenciosos que se acumulan en cascada, Antonio Lucas
(Madrid, 1975) parte esta vez desde la perspectiva de «los desconvocados, los
sin templo, los huéspedes de la periferia en un mundo que penaliza el silencio,
la rebeldía y la indiferencia». De ahí el título, Los desnudos. Así lo
explica el blurb de la contraportada. Sin embargo, los poemas se centran
menos en problemas sociales que en razones de amor e identidad: «quien te ama
te inventa, sin saber que lo hace». Se aprecia un desplazamiento con respecto a
libros anteriores. La vida va pasando y añade un poso de experiencia a las
enumeraciones caóticas, un sesgo de reflexión y de sabiduría: «cuanto sé de mí
es duda de mí mismo, / así ocurre la vida (…) / si solo soy aquello que no
alcanzo». Otra novedad que salta a la vista es un principio de balance, que
antes por pura juventud, por la velocidad de vivir, no encontraba espacio: «podría
decir que acepto lo que he sido. / Que hay noches en que regreso de vivir / y
de esa palidez algo me calma. / Que quien confía en lo inmortal muere de tiempo».
En medio le esperan abiertas a quien se aproxime al libro muchas lecturas
posibles, desde el germen de vida que sirve de anclaje a los poemas, hasta los
homenajes a lugares y personas, como el entrañable a Leopoldo María Panero,
quizá la mejor pieza del libro: «cualquier hombre es el fin de una niñez entera».
Aparte, el estilo de Lucas proporciona fragmentos que podrían sostenerse como
aforismos: «el hombre es una prórroga de muchos seres previos» o «a veces es
mejor confiar de quien no sabe y aprender de sus cautelas». Además están los
hallazgos irracionalistas, como la «nieve confidente» o «el espejo que nunca es
ventana». Y descripciones repentinas, mitad greguería mitad adivinanza, como «pensar
el agua / su cristalería nerviosa» refiriéndose al mar, o hablando del gato: «su
condición de sombra de sí mismo / te alumbra si lo miras. Te impone su secreto».
Y, cómo no, ese toque de cosmopolitismo y de leyenda: «a Venecia, créeme, se
llega huyendo».
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