CARLOS ALCORTA Aflicción y equilibrio Calambur, Valencia, 2020 |
«Me propuse escribir este poema / como
quien construye la casa natural / de la vida, sin ayuda, con materiales nobles
/ pero modestos, una casa con grandes ventanales / para vernos mejor por
dentro, hecha / con las palabras que nunca nos dijimos…».
Carlos Alcorta
(Torrelavega, 1959) ha cambiado el estilo de sus últimos poemarios por una
escritura discursiva y torrencial que destila verdad. A partir de la experiencia
de la enfermedad y la muerte del padre, el cántabro se derrama en una épica que
parte de la vida y pasa por el tamiz de la reflexión y de la conciencia. No
elude las contradicciones ni tampoco las pequeñas debilidades, que se
incardinan en el proceso con naturalidad y lo enriquecen: «Si lo analizo con
honestidad / constataré que soy un hombre / a quien irrita más la picadura / de
un mosquito que la teología / o esas proclamas nacionalistas». Aunque el libro
estaba listo para ver la luz cuando el coronavirus nos abocó al confinamiento, sorprende
ver cómo el duro trance vivido por el poeta está reflejando cosas que podemos
sentir ahora: «Más que las emociones, ahora nos importan / los hechos, que todo
vuelva a ser como antes». Al fin y al cabo, «el temor a la muerte, da sentido a
la vida, / te deshace por dentro, como un virus, / si desatiendes las
necesidades / básicas de los seres queridos». Durante todo el tiempo, el poeta
es consciente de que está utilizando la escritura para dar fe y para zanjar
cuentas pendientes: «desconozco si el poder terapéutico / de la venganza (…)
resulta efectivo / cuando se trata de vengarse de uno mismo». Parte de una
máxima que han repetido, con diferentes fórmulas, muchos escritores, después de
comprobarla en propia carne: «es más vida la vida en la ficción. / Realmente
vivimos más cuando lo escribimos». Por eso, no se recata en afirmar, en los
últimos versos: «Hacer vida -esa es la intención / con la que he escrito este
libro- es vivir, / no como si hubiera otra vida, sino como si todo / lo vivido
hasta ahora fuera insuficiente / (…) Hacer vida es aprender a morir. / Pasada
la aflicción, florece el equilibrio».
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