MANUEL MACHADO Poesías completas Renacimiento, Sevilla, 2019 |
«Llegar, ¡quién piensa! Caminar importa, /
sin que se extinga la divina llama / del arte largo en nuestra vida corta».
Todavía
resuenan los ecos de “Castilla”, aquel poema sobre el Cid que aprendimos de memoria
en la escuela y que reflejaba toda la aridez de la meseta y todo el miedo del
humilde desarmado y toda la nobleza, quizá dulcificada, del saber perder. O “Adelfos”,
donde el spleen de Baudelaire se encarna español: «¡Que la vida se tome
la pena de matarme, / ya que yo no me tomo la pena de vivir». Son estos poemas primerizos
de Manuel Machado (1874-1947), de su libro Alma, escrito aún en el siglo
XIX, los que más conocemos. Y sin embargo escribió tantos que caben en un volumen
de 800 páginas, donde los ha recogido la editorial Renacimiento, tan aficionada
a estos afanes de totalidad. Ahí están los poemas que el propio autor reunió en
sus poesías completas, que tituló opera omnia lyrica, pero también otros
muchos espigados de aquí de allá, de tantos como regaló en dedicatorias y
homenajes. Porque el mayor de los Machado era un «escritor irremediable, /
tengo la obsesión maldita / la vil palabra escrita / en el odioso papel». Dueño
de una técnica virtuosa, escribía sonetos como churros, y los utilizó como
salvoconducto para sobrevivir al franquismo, que le pilló en Burgos, al mismo
tiempo que a su hermano Antonio y a su madre los sorprendió yendo a morir a
Colliure. Aquellos poemas encomiásticos del generalísimo, le salvaron la posición,
pero fueron apoltronándolo en la mediocridad y en el olvido, cuando no en el
rechazo directo de las generaciones de posguerra. Hasta que en los años 80, los
jóvenes poetas lo redescubrieron y se dejaron influir por estilo a la vez ligero
y senequista, burlón y filosófico. Como tantas veces sucede, la facilidad le
hizo a Manuel Machado más daño que bien. En la fronda interminable de sus
sonetos, las perlas andan escondidas y hay que desbrozar mucho para
encontrarlas. Y aun así no deja de ser un regalo generoso disponer de su obra
entera. Cuando acertaba, que no fue pocas veces, dejaba piezas que vivirán para
siempre, algunas de ellas en la memoria colectiva.
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