MIGUEL CASADO Un discurso republicano. Ensayos sobre poesía Libros de la resistencia, Madrid, 2019 |
«La poesía -dijo Schlegel- es un discurso
/ republicano, se otorga a sí misma / ley…». Son versos de Tienda de
fieltro, de Miguel Casado (Valladolid, 1954) que, además de poeta, es
crítico y traductor.
Se cita a sí mismo en su último libro de ensayos, que ha
titulado Un discurso republicano. Lo hace para insistir en que la escritura
y todo lo que la rodea tiene un carácter político, un afán de influir en la
realidad, de cambiar la vida, como resaltó Rimbaud. Por eso busca (o encuentra)
poetas que están en esa sintonía. En esta ocasión, Bolaño, Vallejo, Celan,
Leopoldo María Panero y Noël, entre otros, a los que junta con Antonio Machado
y Gamoneda, sus dos referentes habituales. Ya en una entrega anterior, La
palabra sabe, adelantaba que suele citar mucho, «en la esperanza de que en
esas palabras se dibuje mi voz». Añade ahora que la crítica consiste en reflexionar
a partir de un texto que «va mostrando él mismo, va enseñando cómo puede ser
leído, va pensando con el lector». Eso implica «ponerse de parte del poema», a
su juicio un deber insoslayable del crítico. No significa ser complaciente,
sino «recordar que la lectura es escucha, y que quien escucha no es dueño del
sentido». El libro
reúne artículos muy variados y de muy distintas procedencias. Aparte del oficio del
crítico, aborda el problema de la realidad, uno de los grandes temas de la
poesía actual. Ahí señala que, en una sociedad tan compleja y artificiosa como
la nuestra, «el deseo utópico más punzante es el deseo de realidad», la
necesidad de tener un contacto directo con las cosas, incluso aquellas cosas a
las que no alcanza el lenguaje. Y considera que nombrarlas literalmente, sin camuflarlas
detrás de una metáfora, puede aportar «nueva energía a la tarea de vivir». Apunta
el ejemplo de Gamoneda, que nombra cosas que se simbolizan a sí mismas,
eludiendo segundos significados. Y añade que la experiencia generadora del
poema existe siempre, incluso en poetas tan oscuros como Celan. Sin olvidar que
para escribir hay que ponerse fuera de la ley, como Villon, en un instante de
suspensión en que enmudecen los códigos.
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