GUSTAVO DURÁN Días finales en Grecia Edición Alejandro Duque Amusco Pre-Textos, Valencia, 2019 |
De esta curiosa manera resumió el periodista Guillaume Fourmont la polifacética figura de aquel compositor, nacido en Barcelona en 1906, que abandonó su prometedora carrera musical para ponerse al mando de tropas republicanas en la contienda nacional y luego se exilió en Estados Unidos donde trabajó como diplomático y muy probablemente como espía. Alejandro Duque Amusco le añade una cuarta dimensión, el Gustavo Durán poeta. Retirado en Grecia, en sus días finales (de ahí el título), se aventuró a traducir a Cavafis y a despuntar sus propios versos. El libro que le dedica Duque Amusco abarca asimismo varios perfiles. Aborda el estudio del personaje, con la minuciosidad del crítico y la cercanía del amigo. Aporta, claro, sus traducciones y sus versos, que parecen el verdadero objetivo de la publicación. Y sin embargo, nos atrae la relación entre Durán y el poeta Jaime Gil de Biedma, que lo guió en su aprendizaje poético. Se han cumplido 50 años de la muerte del primero (1969) y 90 del nacimiento de Biedma, una efeméride que añade valor al libro, aunque no le hacía falta. Las reflexiones del improvisado alumno ayudan a conocer mejor las prioridades del poeta catalán. Dice Durán: «A nadie le he oído reflexionar como a él (…) sobre el tono, el cromatismo verbal o lo que él llamaba la individuación del texto poético». No menos valioso es saber qué libros le regaló para iniciarlo: El espejo y la lámpara de M.H. Abrams, La mano del teñidor de W.H.Auden y Función de la poesía y función de la crítica de T.S. Eliot. Además le prestó otros, «marcados en el índice para que fuera, directamente, a los pasajes de interés»: Lovejoy, Peckham y La poesía de la experiencia de R. Langbaum. En cuanto a los reparos que le pone a los poemas de su amigo, Gil de Biedma se centra en la alternancia inadecuada entre registro culto y coloquial. También incide en que hay «versos cojos», que llevan los acentos rítmicos desplazados de la posición correcta. No se sabe si por las dificultades del oficio o por otras ocupaciones, el alumno parece que abandonó el empeño. Duque Amusco concluye que «Gustavo Durán fue eso que difícilmente en este mundo de poderes y acatamientos se perdona: un espíritu libre»
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes expresar tu opinión sobre este artículo