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CARLOS ALCORTA Tiempo vivo Septentrión, Santander, 2019 |
«Pasó la noche / en mi sueño. Al alba /
vino a mi cama».
El poeta, crítico y editor Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959)
se ha regalado para celebrar su sesenta cumpleaños un libro inaudito. Contiene
ese tipo de poemas de los que había renegado discretamente, siempre que la
amistad le había brindado la ocasión de sincerarse. Poemas breves, haikus y
aforismos, que tantas veces consideró «más el fruto de una moda que de una
verdadera necesidad creativa». Él mismo, en un epílogo de corazón abierto,
intenta justificar cómo ha caído tan bajo (o tan alto): «acaso por un contagio
lector», por el empeño que han puesto algunos amigos o porque le apetecía
hacerse este regalo de cumpleaños. El caso es que ahí están, y si no fueran
tantos, relucirían aún más aquellos que relucen. Cierto que, como él mismo añade,
poniéndose la tirita, tal vez no sean sus haikus escrupulosamente fieles a la
pureza de la forma japonesa. Algunos sí, por cierto: «Higos maduros / caídos en
el suelo. / Vuelve el otoño». O, mirando hacia otro lado: «Blanco en lo blanco.
/ Cumbre y nube se funden / en las alturas». Cierto también que a Carlos
Alcorta le gusta encabalgar sus piezas, y esa pausa, al saltar la oración de un
verso a otro, puede restarle testimonio. Y sin embargo, también a veces ese
encabalgamiento es el que da la clave de la degustación: «Mientras esperan /
que las corten, las rosas / siguen oliendo». Cierto que muchos de los poemas
transcurren en un lugar cerrado, casi siempre una alcoba, y que transpiran
amor, ya sea presente, insinuado o perdido, pero eso mismo es lo que les da la
libertad de venir de quien vienen: «La poesía / es la mejor manera / de
conocerme». Y añade más tarde, en un aforismo distraído entre las formas breves,
«la poesía / abre ventanas que miran / hacia dentro». Así, espulgando en esos
paisajes interiores uno encuentra de todo, desde la copla que abre esta reseña,
a la ironía de un hombre que dice que no sabe utilizarla: «toman el sol / como
las trajo el mundo / las lagartijas». El libro acaba con otro aforismo estremecedor,
un consejo que suelta quien lo vivió en piel propia: «no construyas / la casa
de tu futuro / con aquello que amas».
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