Lorenzo Oliván, Las percepciones islas

LORENZO OLIVÁN
Las percepciones islas
Pre-Textos, Valencia, 2020
«Asómate a ese vértigo sutil / en que la irrealidad se hace evidencia. / La más común ceguera de este mundo / es ver tan solo lo que todos ven».
De vez en cuando viene bien hacer balance, revisar el camino andado. Y muchas veces conviene evitar la tentación de reunir toda la obra. Mejor agavillar de aquí y de allá unas piezas significativas. Es lo que ha hecho Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1978) en esta antología de su poesía que ha titulado con toda la intención Las percepciones islas. Poemas entresacados de seis poemarios y cinco inéditos componen un conjunto coherente a partir de una voz reconocible. Dice bien en el prólogo Juan Manuel Romero que «la mirada es el eje germinativo» de la poesía de Oliván. El propio poeta acuñó la expresión «el ojo que piensa» para resumir su afán de asomarse a los límites: «Tensaste en la mañana / el arco del mirar, / al retar horizontes». Siempre hay distancia en lo que mira Oliván, porque no le basta con tenerlo delante: «No existe el horizonte que ahora ves, / es sólo una ficción que el ojo vea, / el reconocimiento de su falta / de ambición al mirar». El poeta quiere penetrar en la materia, traspasar lo obvio, desnudar el misterio o por lo menos mantenerlo vivo: «Ariadna, no me obligues / a matar el misterio. Si lo hago / y regreso a tu lado, victorioso, / ¿Qué quedará de ti? / ¿Qué quedará de mí?». No le importa tanto terminar de desvelar ese misterio como haberlo intentado: «Las apariencias pueden engañarnos. Pero el posible engaño de una visión fugaz será más cierto siempre que la verdad más cierta». Si el mirar y el pensar establecen una línea de tensión en la poesía de Oliván, el silencio y el olvido marcan la perspectiva biográfica: «nos hace falta olvido / sobre el que levantar lo memorable». El silencio es más que ausencia de ruido, el olvido es un hueco donde acabaremos cayendo: «cada vez cuesta más ser quien se ha sido / a lo largo y ancho de los días». Entre tanto, la poesía entra en el torrente sanguíneo como desde un gotero para perseguir el blanco perfecto, la alta noche, el discurrir puro, las percepciones islas.

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