Chantal Maillard, Medea

CHANTAL MAILLARD
Medea
Tusquets, Barcelona, 2020
«¿Cómo comprenderéis al que comete el crimen / si no os sentís capaz de cometerlo?».
Habla Medea con la voz de Chantal Maillard (Bruselas, 1951). Medea, la hechicera, la enamorada de Jasón y la justiciera sin ley que mata a sus hijos para vengar las infidelidades de su marido. Es el punto de partida que ha elegido Maillard. La posición de alguien que está más allá de las convenciones le permite escapar de las reglas, ponerse al otro lado: «No somos inocentes. // En la más diminuta criatura / hay más virtud / que en el hombre que a ciegas obedece / las leyes de su tribu». Habla una Medea sin rostro, «sentada en la barca. De espaldas al horizonte», los ojos vaciados «¿De qué? De voluntad. De toda voluntad». Una Medea que no se sabe si ha llegado o no partió nunca, si está en el mar de Alborán o sigue en el Bósforo, si está viva o muerta: «No sé qué fuerza qué ferocidad / mantiene estos huesos / varados en la orilla. / ¿Qué de mí / pretende perdurar?». Desde esa tierra de nadie, todos los límites están al alcance; los morales: «Pensáis que todo crimen responde a un motivo. / No es así. / Todo tiene una causa / pero no toda causa es un motivo». También los límites sociales: «Donde había saber hay palabras vanas. / Donde había atención hay salmodia. / Donde había respeto hay arrogancia. / El miedo es vuestra servidumbre». El límite de la naturaleza, de la vida y la muerte. Incluso los límites de la poesía, ya que el libro está compuesto de fragmentos numerados, que así mismo se intitulan. Maillard la filósofa no se desunce de su otra piel cuando entona desde el personaje de Medea. Sin embargo, esa máscara le permite ser rotunda, rastrear la emoción que se escabulle en las transgresiones, en los horizontes, en las palabras que articula el viento de la historia: «A veces la verdad ha de callarse / para el mejor estado de las cosas / y porque la verdad -lo aprendes con el tiempo- / cuanto más verdadera es menos cierta. // ¡Callad a la habladora! / ¡Acalladla!». La razón es una convención de convenciones: «olvidad las palabras. / Recomponed el magma».

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