Jiménez Millán: Biología, historia

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN
Biología, historia
Visor, Madrid, 2018, 120 pág, 20€
«Y esta manía de escribir a lápiz, / artesanal y ajena / a los destellos del ordenador, sugiere una memoria en blanco y negro / o la deriva sepia de las fotografías».

Luis García Montero escribió de Antonio Jiménez Millán que para él la conciencia del tiempo es inseparable de la conciencia de la historia. En este libro, el más reciente después de aquellas palabras, Jiménez Millán (Granada, 1954) ha querido asumir la observación ya desde el título, Biología, historia, palabras que rinden homenaje a su profesor Juan Carlos Rodríguez, a quien dedica el octavo y último capítulo del poemario. Hay más homenajes, hay un culturalismo bien engranado, otra de las marcas del autor, que se ha mantenido fiel a su estilo de elegancia nostálgica: «Los años sólo aportan / sentimientos de pérdida, / falsa serenidad, calma aparente». Sin embargo, cuando vuelve a recorrer los lugares donde quedaron sus pasos resonando, lleva consigo la experiencia acumulada, que acaba cambiándolo todo: «Mantener la distancia es un aprendizaje», repite recordando la voz de Gil de Biedma. Así, cuando evoca la adolescencia, el tiempo en que todo estaba aún por vivir, recuerda que «a través de la radio (…) sentía nostalgia de las noches / que estaban por llegar, / nostalgia del amor que no existía / o del sexo que solo imaginaba». Ahora, que «el tiempo va dejando sus mensajes / breves como inscripciones funerarias», pervive, aunque transformada, aquella aspiración de encarnar los anhelos: «Has crecido entre imágenes de la belleza antigua. / Recuerda cuántos años perseguiste esa sombra. / la astracción del deseo / en una habitación cerrada, / en cualquier paraíso imaginario». Para mí, los mejores momentos de Antonio Jiménez Millán vienen cuando la realidad se deforma en literatura: «el brillo extraño de un escaparate / donde los maniquíes parecen deslumbrados / como la multitud que se detiene / a mirar un eclipse». También en poemas como «El espía» o «Un bufete», que escenifican el desdoblamiento: fueron vida y ahora son nostalgia, es decir una ficción llena de evocaciones.

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