Pedro Sevilla, Para cuando volvamos

Foto: Juan Mariscal
PEDRO SEVILLA
Para cuando volvamos
Renacimiento, Sevilla, 2018
«Un caracol que cruza el frío mármol / de una tumba olvidada / una vacía tarde de domingo. // Y también estos ojos que lo miran cruzar».
Pedro Sevilla (Arcos de la Frontera, 1959) ha reunido sus poemas, los publicados hasta la fecha en cinco libros, y los no publicados, en un volumen cárdeno que ha titulado Para cuando volvamos. En la poética inicial avanza que «no se debe escribir para ganar una guerra ni para engordar el ego y la vanidad», que «hace falta echarse a un lado, quitarse de en medio para no estorbar al poema». Sin embargo, y afortunadamente, la sensación que tenemos es que el autor está muy dentro de todos los poemas, si exceptuamos algunas tentativas envaradas de su primer libro. Machadiano y sentencioso, todo lo que escribe se entiende y se siente. Ahí están su familia, sus padres envejeciendo, su mujer y sus hijos, sus recuerdos del colegio y de la universidad, están sus maestros, algún vecino viejo y está la luz que envuelve las rosas en «su extraño ropaje, / igual que en las estrellas, / es la desnuda luz / que lo acaricia todo como un ciego». La muerte está también, pero más como una presencia cotidiana, familiar, casi doméstica, que como una amenaza. Abarca todo el libro, desde el shakespeariano poema «Meditaciones ante un cráneo» hasta la intuición final de su madre viniendo a recibirlo: «feliz de que seas tú mi guía en ese trance / y que igual que en la infancia camino de la escuela, / entremos en la muerte, en su misterio, / cogidos de la mano». De hecho, quizá podamos resumir el libro con la intuición de que la vida es una lucha entre la luz y la muerte, donde no siempre gana la segunda, como ocurre en el poema «Playa de Levante»: «Con tanta luz la muerte no se atreve», o recordando al viejo Oca: «la tarde está inundada de sol y todo es para siempre». Por mucho que la vida se nos vaya diluyendo en nostalgia, siempre, siempre, subyace la ternura: «ya ves en que acaba la más grande / pasión, los violines / que entonces arañaban, con una saña dulce / nuestros dos corazones, / hoy suenan en las manos fraudulentas y sucias / de la publicidad».

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