Ana Isabel Conejo, Concierto para violín y cuerpo roto


Foto: David Blanco
ANA ISABEL CONEJO
Concierto para violín y cuerpo roto
Hiperión, Madrid, 2018
«Hasta podría hacer pan con la harina / de mi seno perdido. / Hasta podría alimentar a un pueblo, / querer de nuevo a algunos muertos, / construirme una casa en las canciones / que cantaba mi abuela».
Lo que de hecho hace Ana Isabel Conejo (Tarrasa, 1970) es darnos de comer su experiencia en tres movimientos y una coda, las partes en las que ha dividido este concierto de lucha contra la enfermedad, pero también de enredo con su propia identidad, entre el miedo y el sueño turbio de la anestesia: «Pero ahora sé que ella, / esa mujer / que desde siempre / me ha parecido tan interesante / solo es un personaje, / nunca nadie la ha visto fuera de mí». Conejo ha escrito en carne viva, con la voz sonámbula, dejándose llevar por el río de las palabras, interpelando a los que va cruzándose en el camino desde que el médico le diagnóstico el cáncer en el pecho hasta que volvió a ver de nuevo, al otro lado, el horizonte de la vida. Entre medias, el dolor, la ira, la resignación, la reflexión, la confusión, el cansancio, van creando remolinos que a veces se ensanchan y otras se adelgazan, pero no dejan nunca su rumor de salmodia. «Eh, tú, no apartes la mirada», reclama al principio de todo, «ah, si el dolor se pudiese contar como monedas».Y entre los altibajos, inevitables en un poema incesante, hallamos pasajes donde la fuerza se queda flotando en las propias palabras: «Entended que por eso debo ahora / cumplir con el deber de la tristeza / y que no voy a malgastar mi vanidad / en una fortaleza que yo no necesito». También una lúcida entrega: «Me di cuenta de que yo no tenía una lista / de últimas voluntades y deseos que cumplir». Ana Isabel Conejo es poeta, pero también narradora de relatos infantiles y juveniles, y ha puesto todas sus herramientas, sin prejuicios, al servicio de este Concierto para violín y cuerpo roto, y de Todo lo abierto (Atrasalante, Monterrey), libro este último con el que ganó el premio Manuel Acuña en México. «Ella, / después de transformarse en instrumento, / recuperó el pronombre / de primera persona / del singular y dijo “yo” / pero sonó distinto…»

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