Ana Ilce Gómez, Poesía reunida

ANA ILCE GÓMEZ
Poesía reunida
Pre-Textos, Valencia, 2018. 164 pág., 17€

«Medir el tiempo es el quehacer / de los que no han amado».
El premio Cervantes del nicaragüense Sergio Ramírez ayuda a iluminar a los escritores de aquel país que estaban en penumbra para nosotros. Y Ramírez, que además de escritor ha sido político,  promueve y capitanea el alumbramiento. Ahora introduce la poesía reunida de la poeta indígena Ana Ilce Gómez, que nació y murió en el poblado de Monimbó (1945-2017), pero que entre medias ejerció de periodista y bibliotecaria en Managua y Barcelona. Apenas publicó dos poemarios, muy separados en el tiempo: Las ceremonias del silencio (1975), cuando contaba 30 años, y Poemas de lo humano cotidiano (2004), cerca ya del final de su vida, aunque dejó luego unas cuantas piezas inéditas. La editorial Pre-Textos ha reunido la poesía completa de esta mujer, que llevó con orgullo el marchamo de autodidacta y que eludió hasta donde pudo los jubileos de la literatura. Dice Ramírez que era huraña y discreta, aunque de risa fácil. En sus poemas se perciben influencias de César Vallejo, Whitman, Borges y Octavio Paz, entre otros, pero siempre desde la voz inequívoca de una mujer. Una mujer que se busca por dentro: «La que escribe no soy yo, sino la otra. / Esa que viene del pasado / asediada y urdida / por sus fieles demonios.// Ella contiene las palabras / yo cumplo su destino». En sus primeros poemas, la vida es simple y llana: «Jugamos y perdimos, eso es todo. (…) mi amor desangrado por el tuyo / y este pago de sombras / por aquel pequeño préstamo / de luz». En la segunda época asoma la mujer reivindicativa en poemas que merecen ser emblemáticos, como «Mujeres con guitarra» o «La muerte no es una mujer», pero también se rebela la indígena, aunque sin ser tan explícita que deshaga el encanto: «Sangran todavía nuestros pies. / Brillan bajo la luna / nuestras viejas heridas. / Pero aún así, iniciamos el canto, / encendemos el fuego / y nos preparamos para saludar / el más deslumbrante de los días». Rescatarla íntegra es una tarea necesaria, aunque obligue a rastrear el puñado de poemas hermosos entre la hojarasca.

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