AJMÁTOVA Y TSVETÁIEVA El canto y la ceniza Antología poética Selección y traducción de Monika Zgustova y Olvido García Valdés Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018 (2005). 270 pág. 16,9 € |
«Puede una pena así mover montañas / y detener la
corriente de un gran río, / pero no puede quebrar con su fuerza los cerrojos /
que nos separan de las celdas y los presos / llenos de angustia mortal».
Publicada
en 2005, vuelve a editarse ahora la selección de poemas de Anna Ajmátova y
Marina Tsvetáieva que prepararon Monika Zgustova y Olvido García Valdés.
Supongo que vuelve con la ola de las efemérides rusas de la revolución y la
muerte de los zares. La excusa es lo de menos. Hay que volver a los clásicos, a
las clásicas en este caso, y hay que empaparse de ellas si todavía uno no las
había visitado. Porque están a la altura de los mejores, porque superan con
creces la prueba de la traducción. Las seleccionadoras organizaron el material
de una forma intuitiva, incorporando primero a Ajmátova, ligeramente mayor
(1889-1996) y dejando la segunda parte para Tsvetáieva (1892-1941). García
Valdés añadió un prólogo y Zgustova un epílogo, en el que se aproximan a la
vida y la obra de ambas poetas, pero no explican los criterios de haber dispuesto
primero los poemas largos de cada autora, los más arquetípicos de ambas, para
mezclar el resto aparentemente al azar, alternando poemas de juventud y de
madurez. Es igual, no nos hace falta la explicación. También funciona. Hermanar
a estas dos colosas de la poesía, que afrontaron de diferentes maneras el desgarro
de la guerra, la muerte y el estalinismo, es otro acierto más. Entre ellas solo
consta la relación de un fular blanco que le regalo Tsvetáieva a Ajmátova, que se
convirtió en su favorito, los poemas con dedicatoria o el charco que cruzaron
en Chistopol, con un definitivo mes de diferencia. Pero en torno a ellas
gravitó la poesía rusa del momento y también personajes como Rilke o Isaiah Berlin.
«Hacerlas poetas en castellano (…) fue nuestro empeño», aseguran las traductoras.
Y aquí las tenemos, dolorosamente rusas: «Mi país me ha arrojado tan lejos…»
escribió Tsvetáieva, de su tierra nativa, «pero yacemos en ella y en ella nos
convertimos / y por eso, con toda libertad, la llamamos nuestra», sentenció
Ajmátova.
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