VERÓNICA ARANDA Dibujar una Isla Reino de Cordelia, Madrid, 2017. 124 pág., 9,95€ |
«¿Dónde empieza la piel / y dónde acaba el agua?».
Una
isla es siempre la metáfora de un cuerpo. Y viceversa. Verónica Aranda (Madrid,
1982) ha dejado que la piel y el agua, las leyendas de Grecia y el sol que se
cuela en la casa a borbotones, se vayan fundiendo y confundiendo en los poemas
de Dibujar una isla. «Entra arena en
los ojos / y nombras a los cíclopes». Cada playa del archipiélago tiene una
personalidad y unas características que pueden capturarse en unos trazos, y que
a su vez se singularizan en las vivencias que ofrece a la observadora. Cada isla
es el título de un poema y se ofrenda para un dibujo, que no siempre es factible:
«Una isla imposible / de dibujar, con infinitos cabos, / limoneros frondosos y
colinas / donde los monjes enloquecen». Aranda difumina las descripciones exteriores
con el grafito de sus estados de ánimo: «Busco en cada brazada / el lugar de
los salmos; / nado constante, sobre los erizos / y sobre las incógnitas». De
las tres partes en que se divide el libro, las dos primeras constituyen ese
viaje por las islas, primero del Egeo y luego del Jónico, un periplo iniciático
y sensual en el que va absorbiendo lo que ve y lo que toca: «cuando
recolectamos en silencio / piedras turquesa y emociones últimas». La aventura
de Odiseo en busca de su añorada Ítaca se convierte aquí en la aventura del cuerpo
que se va macerando de salitre y de luz para entregarse al amor. La Ítaca de Dibujar una Isla, la materialización del
amor, es una casa. Antes de llegar, ya encontramos hermosos anticipos: «Los
dones de esta isla: despertar / enroscada en tu cuerpo, / respirar a tu ritmo,
ir contemplando / los pliegues de tu piel cuando te tiendes / y me buscas / y
llega el sonido del mar. / Los incorporo a la memoria…». Finalmente, «La casa
prometida», título de uno de los poemas, es al mismo tiempo el amor y el
desamor, el principio y el fin, el apogeo y la decadencia: «Al fundirnos / la
comunión es tan perfecta / que el vientre de la casa engendra orquídeas». No
hay que entenderlo todo; al fin y al cabo, «Toda entrega se asienta / en la
enajenación».
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