JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ SÁNCHEZ Di luz Ayuntamiento de Espiel, Córdoba, 2018 |
«Tu te ves ahí, sentado en una silla, / con hoja y
lápiz en la mano, solo / ante la inmensidad del pensamiento».
Hace apenas unos
meses que José Antonio Fernández Sánchez (Terrassa, 1963) publicó otro
poemario, Mineral y luz, y ya ha
entregado el siguiente a las imprentas, aunque no creo que los haya escrito
seguidos; más bien tienen pinta de haberse publicado despacio. Este se llama Di luz. También respaldado con un
premio. Entonces nos sorprendió la serenidad del tono y la pausa con la que iba
nombrando la naturaleza divisable desde su cotidianeidad. Como dice la prologuista
Susana Benet: sin dejar de ser el mismo, el poeta ha evolucionado, fluye y se
involucra. Viene de la atmósfera de Sánchez Rosillo, pero ya hay un poema en
que resume a Rosillo y a su maestro Leopardi. Se llama «La luna de noviembre» y
es un canto muy hermoso al satélite blanco de los locos y los poetas. Fernández
Sánchez le habla a la luna, con serena pasión, como les habla, y trasciende en
su hablar, al olivo, a la paloma, a las gaviotas, a la piedra: «Tan solo es una
piedra diferente a las otras. / Cógela con la mano. Tócala bien profundo, /
como un ser vivo que es. Notarás las pulsaciones / de un corazón durmiente y el
correr de la historia / por sus sólidas venas receptoras de vida». No oculta el
poeta su método y hasta lo expone en «Una emoción compartida», una suerte de
poética en la que se describe: «Tú te ves ahí, sentado en una silla, / con hoja
y lápiz en la mano, solo / ante la inmensidad del pensamiento». La escritura como
calmante, la vida familiar, la silla en la que escribe y describe. Nada más
necesita. El resto se lo ofrece el mundo que se expone ante sus ojos o por el
que pasea, el mundo ante el que se detiene. A veces lo que quiere describir se
escabulle entre sus palabras, como en «¿Qué será?». Otras, es tan sutil como el
olor de los jazmines, que sin embargo se desliza «en lo más íntimo / que un ser
humano / tiene: su pensamiento». Al cerrar el libro, una parte de nosotros se
queda con el poeta: «La silla, muy al fondo el horizonte, / y yo sentado, sin
mirar a nada».
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