ANTONIO CABRERA
Corteza de abedul
Tusquets, Barcelona, 2016
El cormorán que impulsa la aurora con el vuelo de sus alas, la
agitación de los charranes blancos, la paciencia del buitre, la lentitud de las
gaviotas, la atención primitiva de la collalba, el ruiseñor, la golondrina, el
vencejo que ilustran la primavera. Son correlatos del poeta, que encuentra en
los pájaros la explicación de lo que está ocurriendo dentro de él.
Antonio
Cabrera (Medina Sidonia, Cádiz, 1958) es un naturalista. Lo demostró en su
colección de artículos El minuto y el año
(2008). Pero en su poesía la naturaleza es solo el escenario de la lucha entre
el universo y la consciencia del autor, un hombre que observa y que a la vez se
siente excluido y agradecido de ser expectador: «Qué suerte / haber estado
allí. No atendido: atendiendo». Por supuesto, no repara solo en los pájaros,
aunque sus conocimientos de ornitología le permitan ser especialmente preciso
cuando los menciona. También aparece la naturaleza muerta: unos albaricoques en
un plato, un canto rodado, unas hojas de arce (que ni siquiera están presentes,
sino rescatadas del recuerdo), la propia corteza de abedul del título, incluso
conjuntos urbanos como una plaza nocturna y vacía. Cumplen un efecto parecido
al que representaba la calavera de Yorick sostenida por Hamlet: le sirven de
apoyo y referencia para posicionarse en el tiempo, el cosmos y la vida. Para
ello los disecciona con el escalpelo de su estilo meticuloso: «si fueron en el
campo un puro estado, / son en mi pensamiento / esta inocencia». Hay otros seres:
una mantis con la que vive el duelo «de dos univesos que huyen», y la luz, y un
manantial y la misma primavera, que alcanzan también, en cierto modo, categoría
de seres. Incluso la casa del poeta Brines. Pero si hay dos poemas que referencian
el conjunto, los dos muy notables, esos son Oración,
por una vez más centrado en la búsqueda que en el hallazgo, y Autorretrato, donde revela que su ser
profundo brota del vaciamiento en la soledad: «Suprimo entonces rostros y palabras,
/ al fin disueltas las conversaciones. / Y expulso de mi mente los retazos / de
azul cielo que aún permanecían; / borro también el acto que los borra».
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