MARÍA ANTONIA RICAS
Salir de un Hopper
Ed. Celya, Toledo, 2016
Edward Hopper (1882-1967) fue el pintor estadounidense de la
soledad, de la incomunicación en la vida cotidiana. Un pintor literario por
tanto. La toledana María Antonia Ricas (1956) ha jugado a encarnar a las
mujeres de los cuadros de Hopper desde su propia biografía, desde su propia
carne.
Salir de un Hopper recuerda en
el título a aquel libro emblemático de Blanca Andreu, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. Sin
embargo son distintos los pintores y distintas las intenciones de las poetas:
la Andreu ingresaba decidida en la exuberancia surrealista del pintor ruso;
Ricas se propone escapar del opresivo corsé de las arquitecturas y las miradas
perdidas de los cuadros de Hopper. No es la primera vez que mezcla su poesía
con imágenes. Viene de hacerlo con El Greco en El cretense; se asomó a los Cielos
de de Toledo de Ricardo Martín; entre medias encarnó a mujeres de la
historia en Si ella nos mira y publicó
un poemario de fogosa sensualidad titulado Conectada.
Siempre la perspectiva femenina sin tapujos. Las obras de Hopper son magnéticas
porque nos hacen sentirnos incómodamente intrusos en la escena. Pero caben
interpretaciones. Ricas ha seguido su propia intuición yuxtaponiendo imágenes y
recuerdos. Los cuadros referidos no aparecen, solo los títulos y una breve
descripción aséptica que sirve de apoyo a cada poema. Eso quiere decir que los
poemas deben defenderse solos. El resultado es enigmático y teatral; a veces el
enigma está a punto de perdernos, a veces el drama nos captura: «ni intenta
sentirse adorada, ni te espera, ni acaso ya / recuerda tu nombre aunque sigas
estando ahí, / excusándote, / endulzando la noche, / curvándote hacia ella, / queriendo
estar, no estar, / eso que solo consiguen los fantasmas». Los versos están
atados a las pinturas como esos sueños en los que quieres huir pero los pies no
te llevan: «Deja atrás el puente quebradizo, / el último puente de la tarde, /
la orografía de la renuncia, / el sonido de irse, un raro olor». Al final, como
en Hopper, no encontramos respuestas, sino más preguntas: «Y una vez que el
telón baja su filo, / nada se distingue del barro».
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