Hierba en los tejados


 RAFAEL ESPEJO
Hierba en los tejados
Pre-Textos, Valencia, 2015

Observar el mundo es aprender a distinguir lo que pasa fuera y lo que ocurre dentro de nosotros, lo que llamamos conciencia. En esa frontera han trabajado muchos poetas. Uno de los más cercanos y certeros fue César Simón. Rafael Espejo (Palma del Río, Córdoba, 1975) se maneja en ese umbral, entre lo que se mueve y cambia fuera del poeta y lo que se mueve y cambia a su alrededor. Ese es su material poético: «he aquí el lenguaje / buscando realidad a lo que significo».
Su manera de amasar este material es también personal. A mí me recuerda a Charles Simic cuando construye alegorías en las en las que la realidad y la intuición se confunden en un mundo paralelo lleno de sugerencias. El amor está en unos árboles que observa desde la ventana y que mudan lentamente conforme cae la tarde (Tras la cortina de árboles), o el niño entierra unas liebres creyendo que pueden reproducirse como semillas (Fábula del árbol liebre). Hay que tener mucha pericia para no perderse en ese proceso. Espejo lo consigue adoptando una apariencia naïf, que recuerda el esquematismo infantil, para que no resulte extemporáneo el extrañamiento: «Hablar me hace mayor, / me desvincula». A veces yuxtapone imágenes que aparentemente no guardan ninguna relación en estrofas sucesivas, una fórmula también muy habitual en Simic. En la poesía de Rafael Espejo, como en la niñez, el asombro es un fenómeno imprescindible: «No puede ser mentira lo que asombra, / no puedo equivocarme si me evado / para saber de mí». Asombro por los cambios que se producen a nuestro alrededor y por nuestra manera de reaccionar ante ellos: «Lo que adoré una vez / me dejó de asombrar, / me convierte en intruso (…) ¿Qué me enseña vivir / si todo muda?». Asombro por los cambios que obran en nosotros el tiempo y la distorsión de la memoria: «Si digo invierno ahora, / echo de menos a alguien que no sé / si alguna vez he sido». Entrar en el mundo poético de Rafael Espejo requiere un aprendizaje; que la llave de la paciencia vaya abriendo puertas. Al otro lado, hasta lo elemental suena nuevo: «Yo solo rijo en mí de boca para afuera, / y esto viene de dentro, la mujer / viene de dentro».

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