Dibujo que Susana Benet nos regaló a los amigos para conmemorar el encuentro. El haiku es de José Luis Parra y dice: Croar de ranas / No se acaba la infancia / cerca del río". |
Fallecido hace dos años, hay que
seguir manteniendo vivo a José Luis Parra (Madrid 1944, Valencia 2012), porque
necesitamos su poesía, y necesitamos que la conozcan los que aún no la conocen.
Con este ánimo nos reunió Susana Benet en la Biblioteca Pública de Albacete y
allí estuvimos, bajo la guía amistosa de ella misma, de Antonio Cabrera y de
Frutos Soriano.
Un buen puñado de amigos, que José Luis tenía en Albacete, nos fuimos sucediendo en la lectura de sus poemas, a dos por cabeza. Y comprobamos varias cosas, que a lo mejor ya sabíamos. Por ejemplo, que los poemas de Parra mantienen su fuerza, los leamos quienes los leamos, cosa que no es habitual que suceda con los poemas. Aunque nunca resulte tan estremecedor como oírselos a él. También lo constatamos, una vez más, en un vídeo que puso broche de oro al encuentro, desde el que nos leyó un José Luis que estaba ya muy deteriorado por la enfermedad. También volvimos a saber en nuestro homenaje que Parra era el poeta que emergía desde los sótanos de la vida para alcanzar la luz, salvarse en ella y dejárnosla encendida a los que tenemos el privilegio de seguir leyéndolo. Llevaba razón Cabrera cuando me riñó afectuosamente: “Por qué nos has leído Lúcido delirio, como tenías previsto?”. “Porque me sabía mal que quedara sin leer Meditación en un aniversario?” “Pero, hombre, si Lúcido delirio es imprescindible; los versos finales los utilizo a menudo, se los he repetido muchas veces a mi hija: "El mundo es un desastre, pero el día, / ah día, / está clamando etermidad”. Pues, eso, la luz que nos salva desde los versos,
hasta en los días más oscuros. La luz que llevamos en la memoria y que forma
parte ya de nuestra vida cotidiana.
Un buen puñado de amigos, que José Luis tenía en Albacete, nos fuimos sucediendo en la lectura de sus poemas, a dos por cabeza. Y comprobamos varias cosas, que a lo mejor ya sabíamos. Por ejemplo, que los poemas de Parra mantienen su fuerza, los leamos quienes los leamos, cosa que no es habitual que suceda con los poemas. Aunque nunca resulte tan estremecedor como oírselos a él. También lo constatamos, una vez más, en un vídeo que puso broche de oro al encuentro, desde el que nos leyó un José Luis que estaba ya muy deteriorado por la enfermedad. También volvimos a saber en nuestro homenaje que Parra era el poeta que emergía desde los sótanos de la vida para alcanzar la luz, salvarse en ella y dejárnosla encendida a los que tenemos el privilegio de seguir leyéndolo. Llevaba razón Cabrera cuando me riñó afectuosamente: “Por qué nos has leído Lúcido delirio, como tenías previsto?”. “Porque me sabía mal que quedara sin leer Meditación en un aniversario?” “Pero, hombre, si Lúcido delirio es imprescindible; los versos finales los utilizo a menudo, se los he repetido muchas veces a mi hija: "El mundo es un desastre, pero el día, / ah día, / está clamando etermidad
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