El taller del arquero
León Molina
La Garúa, Barcelona, 2014
La escritura de León Molina (San
José de las Lajas, Cuba, 1959) ha ido alejándose de la urbe en la misma medida
que se alejaba del barroquismo. Los títulos de sus libros ilustran la
tendencia: Señales en los puentes
(1994), El son acordado (2004) y Llegar (2010) que expresaba literalmente
el establecimiento físico, espiritual y literario en la sierra del Segura, en
una aldea de Nerpio llamada Yetas.
En esta nueva entrega, Molina encarna, más que un personaje, un oficio, el de arquero, que se mueve entre la fronda y la fauna plenamente integrado en el ecosistema, disfrutándolo. El arquero tiene que ver con la mirada y las emociones más que con el arco y las flechas. Fotógrafo de pájaros y cazador furtivo de pequeños prodigios, se ha dedicado a registrar sus hallazgos: los sonidos en la casa en el campo, una puerta desvencijada, la celada de la mantis, el amanecer de las montañas… Como reseña en sus versos, “la mirada va añadiendo capas de transparencia / sobre la realidad. Ver es querer ver”. No hay reglas, las reglas están implícitas y forman parte del descubrimiento mismo: “La emoción encuentra un niño en nuestro interior”. Como no podía ser de otro modo, el libro es una mixtura, colonizada por la hiedra de la libertad, donde se reúnen cuadernos de haikus, poemas y prosas, cuyos originales se han manchado en la vegetación y se han reblandecido con la humedad del rocío y de la lluvia: “Suena la lluvia. / Suena también el fuego. / Todo es silencio.” Abrir este libro por cualquier página es volver a pisar los lugares y redescubrirlos, con todos los sentidos.
En esta nueva entrega, Molina encarna, más que un personaje, un oficio, el de arquero, que se mueve entre la fronda y la fauna plenamente integrado en el ecosistema, disfrutándolo. El arquero tiene que ver con la mirada y las emociones más que con el arco y las flechas. Fotógrafo de pájaros y cazador furtivo de pequeños prodigios, se ha dedicado a registrar sus hallazgos: los sonidos en la casa en el campo, una puerta desvencijada, la celada de la mantis, el amanecer de las montañas… Como reseña en sus versos, “la mirada va añadiendo capas de transparencia / sobre la realidad. Ver es querer ver”. No hay reglas, las reglas están implícitas y forman parte del descubrimiento mismo: “La emoción encuentra un niño en nuestro interior”. Como no podía ser de otro modo, el libro es una mixtura, colonizada por la hiedra de la libertad, donde se reúnen cuadernos de haikus, poemas y prosas, cuyos originales se han manchado en la vegetación y se han reblandecido con la humedad del rocío y de la lluvia: “Suena la lluvia. / Suena también el fuego. / Todo es silencio.” Abrir este libro por cualquier página es volver a pisar los lugares y redescubrirlos, con todos los sentidos.
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