VV.AA.: Un viejo estanque. Ed. La Veleta-Comares, Granada, 2013
Me quedo con la frase de
Fernando Rodríguez-Izquierdo en el prólogo: “Un haiku es una cierta instantánea visual y al mismo tiempo una
escuela de cómo mirar”.
Es cierto que casi todas las definiciones de lo que es un haiku resultan más largas que el haiku mismo y que ninguna ha superado aquella excentricidad zen de Bashó: “para escribir un haiku, búsquese a un niño de un metro de alto”. La antología de Susana Benet y de Frutos Soriano sirve para demostrar que la modesta composición de origen japonés (casi siempre de 5-7-5 sílabas) democratiza la creación poética. En el largo centenar de autores escogidos figuran muchos poetas con renombre y, con ellos, muchos más haiyines absolutamente desconocidos. Y el lector tiene la oportunidad de olvidar quién escribió la pieza, de dejarse embarcar y ayudar a reconstruir esa instantánea fijada para siempre en palabras, con la sencillez y la inocencia con que la hubiera retratado un niño de un metro de alto. Seguro que, si se deja llevar, encontrará al menos una treintena de haikus maravillosos. Aunque es preciso señalar que la antología no puede ser perfecta, porque no se puede abarcar el mar con las dos manos, y hay incontables buenos haikus escritos en España en los últimos tiempos. Pero también, y sobre todo, porque los antólogos son precisamente y sin lugar a dudas dos de los mejores creadores en el género, y han tenido la hermosa prudencia de no incluirse en la selección.
Es cierto que casi todas las definiciones de lo que es un haiku resultan más largas que el haiku mismo y que ninguna ha superado aquella excentricidad zen de Bashó: “para escribir un haiku, búsquese a un niño de un metro de alto”. La antología de Susana Benet y de Frutos Soriano sirve para demostrar que la modesta composición de origen japonés (casi siempre de 5-7-5 sílabas) democratiza la creación poética. En el largo centenar de autores escogidos figuran muchos poetas con renombre y, con ellos, muchos más haiyines absolutamente desconocidos. Y el lector tiene la oportunidad de olvidar quién escribió la pieza, de dejarse embarcar y ayudar a reconstruir esa instantánea fijada para siempre en palabras, con la sencillez y la inocencia con que la hubiera retratado un niño de un metro de alto. Seguro que, si se deja llevar, encontrará al menos una treintena de haikus maravillosos. Aunque es preciso señalar que la antología no puede ser perfecta, porque no se puede abarcar el mar con las dos manos, y hay incontables buenos haikus escritos en España en los últimos tiempos. Pero también, y sobre todo, porque los antólogos son precisamente y sin lugar a dudas dos de los mejores creadores en el género, y han tenido la hermosa prudencia de no incluirse en la selección.
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