ANTONIO CABRERA: Montaña al sudoeste. Ed. Renacimiento, Sevilla, 2014
La poesía de Cabrera es “la
lente del decir al máximo de aumentos”, como la define, casi en greguería,
Josep María Rodríguez en el prólogo. Y completa esta definición una cita del
propio poeta: “comprendemos no por explicación, sino por emoción”.
Parece una paradoja: Cabrera encabezó su primer poemario con una cita de Unamuno; no el consabido lema de “sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”, sino “el gran misterio es la conciencia y el mundo en ella”. Y su poesía, ahora puede verse en esta selección antológica, se ha encaminado a ahondar en las relaciones entre la conciencia y el mundo. César Simón es el precedente más inmediato. Cabrera lo lleva más allá, hasta la disolución del yo, que no es la disolución de la conciencia. Como la poesía meditativa no es exactamente pensamiento, porque existe un pensamiento poético diferente del pensamiento filosófico. Cuando Cabrera se dice a sí mismo: “canta el alrededor, no hables de ti” o “con la retina del conocimiento no la mires”, está conjurándose a contemplar el mundo sin las ataduras de la cultura, pero al mismo tiempo a examinar la propia conciencia como parte de ese mundo: “lo íntimo es el mundo”. No quiere prescindir de la conciencia, sino de las ataduras que la desvirtúan: “contemplo la belleza y soy un velo”. Quiere decir las cosas por vez primera, quiere estrenarlas en la libertad recién sentida del lenguaje; esa es la emoción que nos sirve en cada pieza. Por eso desciende con la lente del sentir al máximo de aumentos, porque necesita acercarse más y describir con más minuciosidad ese detalle de lo que creíamos conocer y que de pronto es nuevo. A ese esfuerzo ha consagrado su poesía, los tres libros que en esta selección resumen una envidiable coherencia.
Parece una paradoja: Cabrera encabezó su primer poemario con una cita de Unamuno; no el consabido lema de “sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”, sino “el gran misterio es la conciencia y el mundo en ella”. Y su poesía, ahora puede verse en esta selección antológica, se ha encaminado a ahondar en las relaciones entre la conciencia y el mundo. César Simón es el precedente más inmediato. Cabrera lo lleva más allá, hasta la disolución del yo, que no es la disolución de la conciencia. Como la poesía meditativa no es exactamente pensamiento, porque existe un pensamiento poético diferente del pensamiento filosófico. Cuando Cabrera se dice a sí mismo: “canta el alrededor, no hables de ti” o “con la retina del conocimiento no la mires”, está conjurándose a contemplar el mundo sin las ataduras de la cultura, pero al mismo tiempo a examinar la propia conciencia como parte de ese mundo: “lo íntimo es el mundo”. No quiere prescindir de la conciencia, sino de las ataduras que la desvirtúan: “contemplo la belleza y soy un velo”. Quiere decir las cosas por vez primera, quiere estrenarlas en la libertad recién sentida del lenguaje; esa es la emoción que nos sirve en cada pieza. Por eso desciende con la lente del sentir al máximo de aumentos, porque necesita acercarse más y describir con más minuciosidad ese detalle de lo que creíamos conocer y que de pronto es nuevo. A ese esfuerzo ha consagrado su poesía, los tres libros que en esta selección resumen una envidiable coherencia.
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