PEDRO A. GONZÁLEZ MORENO: El ruido de la savia. Ed. Universidad Popular José Hierro, San Sebastián de los reyes (Madrid), 2013
Pedro A. González Moreno regresa
en los poemas de este libro a buscar las fuerzas donde las guardó siendo niño:
en la luz inabarcable de La Mancha y en lento aprendizaje de la escritura. Nacido en Calzada de Calatrava, en 1960, ha publicado antes otros cinco poemarios, merecedores, entre otros, del premio Tiflos o el Alfonso el Magnánimo.
El ruido de la savia es, desde el título, una declaración de intenciones y una descripción de ese viaje interior y despacioso hacia el presente. “No heredé más que un patio donde al caer la tarde / era dueño del mundo.” Su material poético es un puñado de recuerdos, rescatados de un poblachón manchego perdido en los sesenta, y el afán de un chiquillo por atrapar aquel alto revuelo, aquel olor de vida que empezaba, con la caligrafía aprendida de los pájaros. “Entrar en el poema es un viaje / del que no se regresa”, asegura. Y se repite a sí mismo la lección aprendida: “Nunca sabrás del oro, pero será dorado / el tiempo de tu espera”. Cierto que en algún momento desliza imágenes que pueden sonarnos (“el atanor de la memoria”) y cede a la tentación de reivindicar la épica remota del trabajo en el campo (“carnes de sol a sol trizadas / por el látigo de la luz , aparceros…). Pero prevalece siempre la vida, la necesidad que late en los poemas, la fuerza de la verdad. No tiene miedo de acercarse al borde del patetismo, el peligro que rehúyen los poetas que no quieren jugársela. Por eso emocionan tanto poemas como Luz en las orzas (cuya audacia es el título) o Espejismos, o Mañana, la intemperie donde aborda con solvencia el tema de la casa vacía al día siguiente de la muerte. El Premio José Hierro en su edición de 2013 respalda el trabajo de González Moreno.
El ruido de la savia es, desde el título, una declaración de intenciones y una descripción de ese viaje interior y despacioso hacia el presente. “No heredé más que un patio donde al caer la tarde / era dueño del mundo.” Su material poético es un puñado de recuerdos, rescatados de un poblachón manchego perdido en los sesenta, y el afán de un chiquillo por atrapar aquel alto revuelo, aquel olor de vida que empezaba, con la caligrafía aprendida de los pájaros. “Entrar en el poema es un viaje / del que no se regresa”, asegura. Y se repite a sí mismo la lección aprendida: “Nunca sabrás del oro, pero será dorado / el tiempo de tu espera”. Cierto que en algún momento desliza imágenes que pueden sonarnos (“el atanor de la memoria”) y cede a la tentación de reivindicar la épica remota del trabajo en el campo (“carnes de sol a sol trizadas / por el látigo de la luz , aparceros…). Pero prevalece siempre la vida, la necesidad que late en los poemas, la fuerza de la verdad. No tiene miedo de acercarse al borde del patetismo, el peligro que rehúyen los poetas que no quieren jugársela. Por eso emocionan tanto poemas como Luz en las orzas (cuya audacia es el título) o Espejismos, o Mañana, la intemperie donde aborda con solvencia el tema de la casa vacía al día siguiente de la muerte. El Premio José Hierro en su edición de 2013 respalda el trabajo de González Moreno.
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