Si, como afirma el tópico, la
lengua es nuestra patria, la literatura de algunos pocos escritores muy
queridos es nuestra casa. Esperamos la llegada de sus nuevos libros como
esperaríamos regresar al hogar después de un largo viaje. Eso es lo que a mí me
pasa, entre otros, con Miguel D´Ors.
Me sumerjo entre sus ironías, sus nostalgias y sus adjetivos como si volviera a una de las habitaciones más cálidas de la memoria. En esta ocasión, en un poemario más largo de lo que nos tenía acostumbrados. Asegura el autor que fue Marie-Christine del Castillo la que insistió en la conveniencia de ser más abundoso para cumplir con la estructura de diccionario que van marcando los títulos de los poemas, desde el primero, Abejas, al último, Zacarías Zuzas. Y, tras haberse resistido en principio, ahora, al verlo concluso, D´ors se muestra satisfecho.
Me sumerjo entre sus ironías, sus nostalgias y sus adjetivos como si volviera a una de las habitaciones más cálidas de la memoria. En esta ocasión, en un poemario más largo de lo que nos tenía acostumbrados. Asegura el autor que fue Marie-Christine del Castillo la que insistió en la conveniencia de ser más abundoso para cumplir con la estructura de diccionario que van marcando los títulos de los poemas, desde el primero, Abejas, al último, Zacarías Zuzas. Y, tras haberse resistido en principio, ahora, al verlo concluso, D´ors se muestra satisfecho.
Si es cierto que todo poeta
tiene un universo inevitablemente limitado, en Átomos y galaxias hay, además, un tono de resumen, de balance de
vida y de escritura. Sin emprender un estudio exhaustivo, por pura intuición, hay
poemas que remiten a otros emblemáticos del autor. Por citar un solo ejemplo, Antepasados, podría hermanarse con Los abuelos de aquel primer libro, Del amor, del olvido, publicado en 1972.
Es evidente que han pasado
cuarenta años. En Átomos y galaxias
hay una pátina de experiencia. Yo diría que los poemas rezuman sabiduría, si la
sabiduría es el poso del reposo de lo vivido. Contienen un aire antiguo, el de un tiempo en
el que el tiempo se medía con miradas largas, en el que parecía no suceder
nada, sino el propio tiempo: “Esta luz amarilla de la tarde… Qué raro / acorde
la belleza y la melancolía”. Volvemos al silencio primordial, al que estaba
antes y estará después de todo: “Hay silencio; de nuestras vidas no / pervive
ni un momento”. Volvemos a la pureza infantil, hermana de los animales y de las
plantas silvestres, de la extraña justicia de la naturaleza. Hay mucho pájaro
que va y viene, travieso por los versos, picoteando culturalismos, citas,
homenajes. Hay también muchos retratos vegetales, sobre todo de arbustos
humildes, aquellos que pasan más desapercibidos.
Y, por supuesto, hay también
nostalgia de caminos que el poeta dejó pasar o por los que pasó
insatisfactoriamente, poemas consagrados a ese sentimiento tan difícil de
tratar en poesía como es el sentimiento de culpa (Perdón), poemas de amor (Arrugas)
y hasta poemas que abordan la nostalgia de su propio recuerdo en el futuro, el
que tendrá de él su nieta Olivia. D´ors que nunca ha titubeado en jugar en el
filo de lo circunstancial y de lo patético, de mentar a Dios y a la Virgen o lo
que le diera la gana, ahora duda menos que nunca, y sale airoso casi siempre,
gracias a un dominio portentoso del oficio y a una sensibilidad minuciosa. Lo
dicho: un regreso al hogar, con las consoladoras luces y sombras de estar de
nuevo en casa.
D´ors,
Miguel: Átomos y galaxias. Ed. Renacimiento, Sevilla, 2013.
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