Antes del nombre




Eloy Sánchez Rosillo: Antes del nombre. Ed. Tusquets, Barcelona, 2013

El penúltimo libro de Eloy Sánchez Rosillo es una recopilación de sus poemas sobre pájaros, un opúsculo discreto y blanco como un pájaro, que le preparó Juan Marqués para Pre-Textos. Se llama En el árbol del tiempo. Es el título del único de esos poemas que permanecía inédito y que ahora forma parte del nuevo libro, Antes del nombre, editado por Tusquets.
En cierta manera ese poema es una síntesis de la producción de Rosillo y a la vez un indicio de los derroteros por los que avanza su escritura. Una síntesis porque el tema central de la poesía de Rosillo es el tiempo. Lo ha sido desde el primer libro y sigue siéndolo. En sus inicios, el transcurrir del tiempo llegaba cargado de nostalgia y de dolor hasta hacernos un nudo en la garganta. Más adelante fue convirtiéndose en un canto de agradecimiento por los dones que la vida nos iba regalando. De pronto, en Antes del nombre, el tiempo se expande: el presente abarca el pasado, incluso el pasado previo a la formación de la identidad, como en el poema primero del libro, el que le da título; además, nada se pierde, lo que pasó sigue ocurriendo: “todo vino y se fue. Pero aún transcurren / los días en que amaste y fuiste amado”; incluso, y esto es aún más novedoso, hay un ensanchamiento del tiempo, hay una insinuación de que nada se termina: “a este sentir que en mí / es hoy acatamiento sin origen, / acaso no sea impropio, llamarlo eternidad”. Para lograr esta expansión, el poeta hace algo que nunca había hecho, que es abandonar el minucioso detallismo que lo ha caracterizado siempre, ese designar con las palabras precisas hasta los últimos elementos que constituyen la realidad en la que se reflejan las emociones. De pronto, hay una vaga abstracción, una neblina de sugerencias. No podría ser de otra manera si pretende reunir las sensaciones previas a la propia consciencia, como ocurre en el poema inaugural ya citado, el que da nombre al libro. Hay, en este y otros poemas, una evanescencia que se aventura en busca de lo inefable: “ese es el himno puro, / un canto que no es música, / que no tiene que ver con la alegría, / con  el sollozo ni con la plegaria. / Vibra como un cristal delicadísimo / y es solo aceptación.” Para esta exploración se vale muchas veces de enumeraciones caóticas con las que remata de forma inolvidable algunos de los cantos: “Y fui el que Eloy se llama, el que esto escribe, / alguien con su tristeza y su alegría, / su sol, su lluvia, su ansia, sus papeles.” Y todos estos cambios los opera Rosillo sin perder sus principales rasgos, esa dicción tan pura como el agua, que discurre igual que una corriente y te deja empapado de mansedumbre. Y sin que los pájaros dejen de puntear el libro con su canto, en especial el jilguero, que cada vez más se confunde con la propia voz del poeta: “supe y no supe que en el corazón / de la felicidad se oyen lamentos.”

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