Gómez
de la Serna los llamaba llevaanécdotas:
Eran curiosas aquellas mañanas en que aparecían por la redacción del periódico Ahora. Las llevaban en su bote de
hojalata, «como los golfos que pescan peces dorados en los estanques de los
jardines públicos». Subían nerviosos y muy deprisa, porque tenían hambre y no
sabían si se las iban a aceptar.
En cambio, cuando bajaban, lo hacían lentos y satisfechos, sobre todo si habían conseguido colocar alguna, a cinco o diez pesetas la unidad. Eran variadas. Estaban las parlamentarias, las taurinas, las cafeteriles y, como género aparte, las valleinclanianas. No importaba si eran ciertas o falsas. Hasta el propio don Ramón las aceptaba e incluso las celebraba: «Ya que no puedo darles duros sevillanos, que les den duros legítimos por mis anécdotas, tan falsas como los duros sevillanos». Eso sí, con una condición: «Lo único que os ruego es que no me indispongáis con más gente de la que yo he tenido a bien indisponerme… ¡Ya sé que tenéis que matar el hambre, pero no me impongáis a mí más de la que tengo que sufrir! Para eso me basto y me sobro yo solo.»
En cambio, cuando bajaban, lo hacían lentos y satisfechos, sobre todo si habían conseguido colocar alguna, a cinco o diez pesetas la unidad. Eran variadas. Estaban las parlamentarias, las taurinas, las cafeteriles y, como género aparte, las valleinclanianas. No importaba si eran ciertas o falsas. Hasta el propio don Ramón las aceptaba e incluso las celebraba: «Ya que no puedo darles duros sevillanos, que les den duros legítimos por mis anécdotas, tan falsas como los duros sevillanos». Eso sí, con una condición: «Lo único que os ruego es que no me indispongáis con más gente de la que yo he tenido a bien indisponerme… ¡Ya sé que tenéis que matar el hambre, pero no me impongáis a mí más de la que tengo que sufrir! Para eso me basto y me sobro yo solo.»
La
historia aparece en el libro de José Esteban La generación del 98 en sus anécdotas. Choca comprobar que aquellos
señores tan circunspectos, de los que supimos en el bachillerato que andaban
preocupados por la decadencia de España, fueran unos bandarras. El título del
libro es acertado y los sitúa «en sus anécdotas», como si estuvieran
macerándose en algún tipo de salsa. ¿Pero que salsa es una anécdota? No llega a
ser un chiste, porque no busca necesariamente hacernos reír. Tiene que resultar
breve y curioso. Además, ser verdad o parecer verdad. Aquellos llevaanécdotas
de Gómez de la Serna solían recogerlas de la realidad circundante, de
cualquiera a quien le hubieran ocurrido, pero se las adjudicaban a un personaje
conocido al que le encajaran. El mejor encajador era Valle Inclán: «Llevo en el
bolsillo dos anécdotas despampanantes de don Ramón… Es decir, son de Vital Aza,
pero le van a sentar bien a don Ramón.»
No es el único escritor
concernido en el libro, en el que aparecen más a menudo Baroja, Unamuno y el
propio Valle, pero mezclados con una constelación de nombres. Ignoro el
procedimiento que ha utilizado Esteban para ordenarlos o desordenarlos. El
hecho es que, leídos de forma continuada, te sumergen en una época y en un
mundo de relaciones donde terminas manchado de café, caspa y tabaco, pero
también con la sensación de que aquellos seres legendarios eran más de carne y
hueso que nosotros. De hecho, sus egos chocan en el libro y en las anécdotas
del libro como trenes sin dirección. Quitando a Antonio Machado, que era un
bendito como el mismo se describió en un poema, los demás no podían verse ni en
foto, ni siquiera aceptaban que los otros atravesaran por una fase amistosa.
«Nada tan placentero, ironizaba Ortega, como hallar unidos por la amistad a dos
poetas de una musa tan contraria». Se refería a Baroja y Azorín, ambos
prosistas y no siempre bien avenidos. Por cierto, la anécdota se repite en las
páginas 54 y 175. También alguna otra, no sé si intencionadamente, si por
influjo del azar o el desorden de las fichas.
Corrían años como los que vuelan
ahora. Las primeras décadas de un siglo, el anterior a este. Las anécdotas se
siguen comprando y vendiendo todavía. No necesariamente con dinero. Habíamos
conseguido que estuvieran más o menos fijadas a la realidad, gracias a la
profesión periodística, que nos garantiza que lo que leemos haya ocurrido. La
desaparición inminente del diario La Verdad y el alejamiento por despido de los
empleados de talleres del diario La Tribuna, nos deja un poco más a merced de
esos chismes incomprobables, de esas anécdotas que se multiplican en las redes
sociales. Muchas son ciertas, pero necesitamos una referencia que nos permita
distinguirlas de los duros sevillanos. No me cabe duda de que no es una
casualidad que los dos periódicos más difundidos de Albacete desaparezcan o se
vean mermados a la vez. Alguien quiere dejarnos a merced de los llevaanécdotas
modernos. Alguien a quien le molesta la verdad.
José
Esteban: La
generación del 98 en sus anécdotas. Renacimiento, Sevilla, 2012.
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