Este jueves nos juntamos en Valencia para homenajear a José Luis
Parra (Madrid, 1944- Valencia, 2012). A ojo de mal cubero, calculo que estábamos
un centenar de personas en el Colegio Mayor Rector Peset. La cuarta parte de
los presente leímos un poema del autor, fallecido el pasado mes de octubre.
Algunos habíamos venido de Murcia, de Sevilla, de Albacete.
Eso puede hacerse por amistad, no cabe duda. Sin embargo, no era José Luis una persona de amigos íntimos, sino de amigos literarios. No es exactamente lo mismo. Los que acudimos queríamos a José Luis, pero íbamos, sobre todo, a reivindicar lo extraordinario poeta que era. Lo extraordinario poeta que sigue siendo, porque ahí están sus versos para corroborarlo. De hecho, sonaron en voces muy distintas, de colegas, de profesores y de lectores sin más y, como sucede con los grandes, todos iban dejando su poso.
Eso puede hacerse por amistad, no cabe duda. Sin embargo, no era José Luis una persona de amigos íntimos, sino de amigos literarios. No es exactamente lo mismo. Los que acudimos queríamos a José Luis, pero íbamos, sobre todo, a reivindicar lo extraordinario poeta que era. Lo extraordinario poeta que sigue siendo, porque ahí están sus versos para corroborarlo. De hecho, sonaron en voces muy distintas, de colegas, de profesores y de lectores sin más y, como sucede con los grandes, todos iban dejando su poso.
José Luis, tan amante de la
poesía como del diálogo literario, hubiera disfrutado. Manolo Ramírez aventuró su
duda de qué pasará con él cuando transcurran los años. Se preguntó si se
quedará en poeta de culto, que es como decir para iniciados, como ha pasado con
autores tan notables como Gil-Albert o César Simón. El mercado de los lectores
de poesía es tan exiguo, que hasta los más conocidos son minoritarios. ¿Qué
decir de los de culto, entonces? He accedido a las cifras de los libros
vendidos de José Luis Parra, y resultan tan escasas que producen escalofrío.
¿Eso es lo que se vende en toda España de un poeta que está entre los mejores?
Y hay que dar gracias de que existan editores como Pre-Textos o como Abelardo
Linares, capaces de sacar sus libros, de sacar a Parra del total anonimato, sabiendo
que perderán dinero. Enternece escucharle decir a Linares que, solo por libros
como estos, ya ha merecido la pena su tarea.
Pero que conste que todas estas observaciones no son quejas, sino
datos para la reflexión. Uno no puede quejarse de lo que le produce placer. Y
acaso, secretamente, sin habértelo propuesto, el placer se incrementa cuando
sabes que formas parte de una minoría, de una secta benigna que mantiene
encendido un fuego sagrado. Un fuego que sabes que es útil para todos. ¿Y eso
cómo lo sabes?, se preguntará el lector, con toda la razón. Lo sé porque lo
experimento. La poesía de Parra contiene vida, una parte de la vida en la que
participo cuando lo leo. Vida mezclada con emociones, que es la manera que
tenemos los seres humanos de vivir la vida. Emociones cifradas en palabras, que
es la herramienta con la que traducimos la nebulosa incontrolable de lo que nos
está pasando. Cuando alguien es capaz de hacerlo con esa precisión, con ese
dominio prodigioso del ritmo, el vehículo que convierte las palabras en un
rito, estamos comulgando con la humanidad entera.
Lo que pasa es que esta comunión requiere de una preparación que, por
desgracia, no se aprende en las escuelas públicas (aún menos ahora, que se las
están cargando). Decía José Hierro que la poesía es como la música: cualquiera
puede disfrutar oyéndola, pero para leerla es necesario haber estudiado
lenguaje musical. Para disfrutar leyendo poesía no es preciso llegar a tanto,
pero hace falta haberla oído primero hasta sentirse embriagado por su
intensidad. Y luego, vencer una resistencia: el impulso a leer de corrido, sin
pararse, sin saborear cada página.
El otro problema es dónde encontramos un criterio que nos guíe, si es
que algún día existió. Ya no se trata solo de saber que la poesía es algo más
que rima y que, a veces, la rima se carga la poesía. Se trata de saber separar el
grano de la paja. Esto se consigue leyendo y comparando, claro, pero requiere
unas pautas. “Se sigue publicando demasiada poesía” comentaba alguien el jueves.
Internet es una gran biblioteca desordenada y hasta la crítica ha perdido la
brújula, porque está enredada en círculos de amigos cuando no nace muerta en el
márquetin. Insisto en que no es una queja. Tonto sería. Para ayudar, solo se me
ocurre seguir disfrutando con poetas como Parra. Y comentarlo. Predicar con el
ejemplo, el único argumento que no engaña.
Arturo, no se puede describir mejor la realidad que padece la poesía y todos los que nos tenemos por poetas (humildes, pero poetas) en los tiempos que corren. Me gusta mucho el ensalzamiento y reconocimiento que haces al amigo Parra y mejor aún este homenaje tan bien merecido.
ResponderEliminarEscribo poesía (casi anónima) desde hace años, y aunque a tí te descubrí hace unos cuatro, tengo un par de libros tuyos y me gustan mucho tus letras. Ahora me haré con algo de la obra del maestro Parra y así seguir ampliando mi abanico de autores ejemplares. Un abrazo y si vienes por Valencia, avisamé.