La entrevista de Jesús Hermida al Rey me sorprendió en Madrid,
viviendo los primeros días de la República con Josep Pla. Me refiero al Madrid
de 1931. Resulta que soy muy crédulo y que cuando estoy leyendo un libro que me
gusta, me meto tanto, que es como si estuviera viviendo en lo que cuenta el
autor. De modo que me sentía inmerso en la República, en la Segunda República,
cuando dieron en la tele ese simulacro de entrevista en la que don Juan Carlos
y Hermida se olvidaron de que hay elefantes en Bostwana y de que Urdangarín es
de la familia.
Por un momento pensé que el que respondía a las preguntas era el señor Macià, tal y como lo describe Pla: “Su expresividad es escasa. Es un hombre que ha nacido para símbolo”. Pero enseguida me sobrepuse, apagué la televisión y seguí leyendo con devoción a Josep Pla hasta que conseguí transponerme.
Por un momento pensé que el que respondía a las preguntas era el señor Macià, tal y como lo describe Pla: “Su expresividad es escasa. Es un hombre que ha nacido para símbolo”. Pero enseguida me sobrepuse, apagué la televisión y seguí leyendo con devoción a Josep Pla hasta que conseguí transponerme.
La ventaja de mirar las cosas desde lejos es que se aprecia mejor el
conjunto: se puede ver el bosque que los árboles te tapan cuando los miras desde
el suelo. Parece mentira que Josep Pla pareciera tan viejo cuando cubrió el
advenimiento de la República en Madrid. Tenía treinta y cuatro años, pero uno tiene
la sensación de que era capaz de ver el bosque a través de los árboles. De
hecho, te lo imaginas con la boina calada, el cigarro en la boca y ese ligero
encorvamiento dorsal con el que posó para la posteridad. Cuando Alfonso XIII
dijo que “podría, seguramente, resistir; pero la fuerza material no puede
emplearse cuando no se tiene fuerza moral para ello…”, el joven y viejo Pla sentenció:
“resulta curioso constatar que, a veces, los hombres empiezan a volverse
sensatos cuando lo tienen todo perdido.”
Parece obvio que don Juan Carlos no lo tiene todo perdido. Las
encuestas son como las olas gigantes de un mar inexistente. Remueven los
espíritus, pero no tocan las cosas. El Rey dice que le gustaría ser recordado
como el rey que ha unido a los españoles. El 92% de los ciudadanos le responde
que valora negativamente su reinado. Esta abrumadora mayoría forma una ola
gigante que sacude al Rey sin tocarlo en este momento de debilidad, cuando el Rey
no para de tropezar y de caerse, se va a Bostwana a cazar elefantes con la que
está cayendo y tiene un yerno sobre el que recaen muy serias acusaciones de
haberse embolsado dinero público a espuertas, sin que su mujer, la infanta, se
dé por aludida. La ciudadanía tiene el barrunto de que no se está midiendo a la
familia real con la misma vara que a los de sangre roja. La ciudadanía tiene el
barrunto de que la disculpa del Rey, su “no lo volveré a hacer”, suena poco
creíble. Tanto menos creíble cuanto más la han repetido los medios primero y
los humoristas luego. La ciudadanía valora negativamente al Rey, pero solo es
una encuesta.
Las encuestas no remueven las instituciones,
ni las cantean. Pero las instituciones pueden remover las encuestas. El discurso
de Navidad resulta cada vez más insuficiente, ya que tiene que competir con los
discursos de Navidad de los demás políticos, del gobierno, de las autonomías,
de las diputaciones y hasta de los ayuntamientos. Todos se disfrazan de rey en
esos días y buscan el amparo del abeto navideño para relanzar su imagen.
Algunos hasta aprovechan para vender cosas de comer, como la señora Cospedal.
Había que buscar otra fórmula para remover las encuestas, y la entrevista con
otro abuelete simbólico era una opción, quizá desesperada, de apelar a las
emociones. Miradme aquí, abotargado, cojo, con una expresión de tristeza tan
impostada como el tono de mis discursos.
Mihura, al día siguiente de un éxito teatral, iba al café cojeando y
con muleta para dar pena y compensar la envidia que pudiera suscitar entre los
colegas. Al Rey ni la cojera le ayudó a enderezar las encuestas. Su abuelo hizo
mutis un 14 de abril con tanta discreción que, después de quince siglos de
monarquía, la República se instaló con perfecta normalidad. Esto según Pla, que
lo oyó en un café. En los cafés hablaba entonces la opinión pública.
Josep
Pla: Madrid. El advenimiento de la República. 1933 (2003) El País,
clásicos del siglo XX, Madrid
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