Dedicado, con cariño y respeto, con agradecimiento, al maestro Pepe Sánchez de la Rosa
Albacete, cualquier ciudad, es un
enjambre de voces que se mezclan en el tiempo y en el espacio. Para distinguir
unas de otras, para darles forma, hace falta un médium. Sánchez de la Rosa era
nuestro médium. Se sentaba a la máquina primero, y luego al ordenador, todos
los días, incluidas las vacaciones. Las presuntas vacaciones. El soniquete de
las teclas lo ponía en trance y de su memoria infalible empezaban a brotar,
como brota un pañuelo del sombrero de un prestidigitador, sucesos, vivencias,
referencias históricas, que nacían ya enlazados, con el nudo de la prosa hecho.
Lo de Pepe era escritura automática, como la de los poetas, de escribir al
dictado de no se sabe bien qué voz, pero con cada dato en su sitio y en su
fecha. Por supuesto no era una voz que hablara, era una voz que cantaba. Una
balada que quedaba en el aire al terminar el artículo del día y que se
continuaba el día siguiente en el mismo sitio. Una balada que había nacido con
epicentro en la calle Cornejo y que nunca se mudó de allí. Porque la memoria,
hasta la más prodigiosa, necesita un punto de fijación, y la de Sánchez de la
Rosa tenía su ancla en esa calle y en los años cuarenta. Desde la actualidad
imperiosa volvía a rebuscar voces con la facilidad de quien se asoma a la
ventana y mira pájaros. El niño seguía estando allí, pasando el frío y las
privaciones de la posguerra, mientras que el abuelo avanzaba por el artículo
con una letra del calibre 56, desafiando a la diabetes y a los años. Y la ciudad, alrededor,
transmutándose, olvidándose. Y el mundo dando vueltas. Como lo suyo era contar, si alguna vez salió de Albacete fue para contarlo todo, para contar lo que veía, a bordo de su prosa
manchega, con la ventana abierta a su primera calle. Y al jubilarse, al quedarse con todo el
tiempo para su escritura, se desató por las teclas y escribió libros al galope tendido y
así pudo dejarnos las voces que se perdían, los ecos que nadie más podrá
escuchar sino en sus prosas. Las tenemos, maestro. Descansa en paz.
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