Carlos Marzal (Valencia, 1961) tiene una caligrafía casi ilegible.
Queda elegante en las dedicatorias, pero te pones a descifrar qué demonios te
ha escrito, y no hay manera. Prefieres confiar en que, como es amigo,
te habrá puesto algo cariñoso. Pero el problema no lo tiene solo el coleccionista
de autógrafos. Marzal mismo confiesa que escribe en el ordenador directamente porque
no comprendía su escritura cuando pasaba a limpio el manuscrito. Por escribe en
el teclado todo, menos los aforismos. Y, tal vez por contagio de su caligrafía, el descifrarse, o mejor sería decir el descifrar la vida, es también la marca de su escritura poética. En su último poemario, Ánima mía, como en los anteriores, el centro de todo es que entender no basta: "Hace falta entender -lleva una vida-/ las cosas que entendemos. / Hace falta decir bajo otra forma / lo que ya repitió nuestra certeza."
Marzal es un tipo que se explica de sobra, que de hecho tiene
una capacidad verbal deslumbrante. Un tipo que escribe artículos, cuentos,
novelas, aforismos y lo que se proponga, siempre con la misma facilidad
aparente, y siempre con brillantez. Un tipo del que se aprende cada vez que
improvisa unas palabras en público. Pero la poesía es un género aparte, impone sus propias reglas. Lo han dicho los grandes maestros y lo suscribe él mismo que, después de haberle escrito dos poemas a su hija en libros anteriores (Nasciturus y Saber de infancia), no encontraba manera de escribirle uno a su
hijo. Para ilustrar jocosamente esta impotencia, comentó que su suegra no
aceptaba que a una nieta sí y al otro no, ni las excusas de que la poesía es
esquiva, caprichosa y no admite imposiciones.
Fue preciso aguardar a una mañana de playa, a que Carlitos junior
levantara la vista de la arena con la que había estado jugando y señalara el
mar, para que las palabras se sometieran al rigor de los versos (El aprendiz de espumas). El escritor
volvía a sentirse poeta: “Soy dichoso / con la dicha infantil del absoluto / si
el ángel de un poema se me anuncia”. Con esta anécdota y con otras, el jueves
en el salón de Grados de Humanidades, Marzal fue colocando cada uno de los
poemas ante la suerte de la lectura, cada cual desde la experiencia que lo
generó, a veces una vivencia nítida y otras un sueño o una nebulosa,
experiencias también en sí mismas. Señaló que, al contrario que su hermano Vicente Gallego, él prefiere presentar
los poemas con una explicación. Así lo hizo antes de leerlos con ritmo
decidido, tenso, marcando con sequedad las pausas métricas y las sintácticas.
La necesidad de entender y de hacerse entender, esa constante en Marzal. Y más que en cualquier otro género, con la poesía, que tiene una lógica diferente a la lógica, una lógica que depende del lenguaje. Las palabras no son la realidad, pero nos ayudan a asimilarla, a
encarnarnos en ella y muchas veces la potencian: “Huele más en su nombre la
camelia / que la camelia misma”. La poesía puede crear mundos aparte, pero no puede perder de vista la vida: “¿Estamos a vivir
/ o es que no estamos?”, se interroga o se afirma Marzal en su último
poemario, que fue del que leyó más piezas. Al fin y al cabo, dijo, uno siempre
se decanta por lo último que ha escrito y le gusta que le digan que es lo mejor
que ha hecho.
No tanto para contradecirle, sino porque son libros que han tenido una difusión mayor en antologías e incluso en premios, los asistentes le pidieron bises de Los países nocturnos y de Metales pesados, libro este que había leído en su anterior visita, cuando estaba inédito y conservaba aún el título provisional de El corazón afligido. Al final el título sirvió para nombrar la antología de sus poemarios reunidos, exceptuando los últimos, que aún asoman en las librerías, como la Popular, donde encontré el ánima de Marzal, temblorosa, ofreciéndose: “Transformo / unidades de amor en unidades / de energía verbal”. Después, los poemas se interrogan o afirman, porque la realidad está hecha de dudas emocionantes. Incluso la duda posterior de qué habrá querido decirnos el poeta en su elegante dedicatoria.
No tanto para contradecirle, sino porque son libros que han tenido una difusión mayor en antologías e incluso en premios, los asistentes le pidieron bises de Los países nocturnos y de Metales pesados, libro este que había leído en su anterior visita, cuando estaba inédito y conservaba aún el título provisional de El corazón afligido. Al final el título sirvió para nombrar la antología de sus poemarios reunidos, exceptuando los últimos, que aún asoman en las librerías, como la Popular, donde encontré el ánima de Marzal, temblorosa, ofreciéndose: “Transformo / unidades de amor en unidades / de energía verbal”. Después, los poemas se interrogan o afirman, porque la realidad está hecha de dudas emocionantes. Incluso la duda posterior de qué habrá querido decirnos el poeta en su elegante dedicatoria.
Carlos Marzal: Ánima mía.
Tusquets, Barcelona, 2009.
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