A veces tiene uno la sensación de llegar tarde a todas las fiestas, a
todos los lugares, a todas las lecturas. Recuerdo que, hace años, Vicente
Gallego nos hablaba con entusiasmo de Idea Vilariño (Montevideo, 1920-2009), y
que en 2008 fue un clamor la publicación de su poesía completa en Lumen y que
su muerte hace tres años desató una oleada de reportajes sobre su apasionada y
frustrante relación amorosa con Juan Carlos Onetti, que ella destiló en Poemas de amor, uno de los libros más
celebrados de la literatura reciente en castellano. Mientras, entre quienes la
conocieron, corrían ríos de tinta sobre la personalidad reservada y fascinante
de esta mujer, cuyos ojos verdes observaban como si estuviera sola en un rincón.
Después, lo habitual: todas estas crónicas encendidas pasaron y fueron
apagándose hasta desdibujarse en ecos.
Hace poco más de un mes, un amigo me la volvió a recomendar y, ahora
sí, encargué el libro en Librería Popular, y sufrí la espera de casi dos
semanas con la sensación de que se me estaba haciendo tarde para la epifanía. ¿Por
qué ahora sí y entonces no? Las cosas llegan cuando tienen que llegar, cuando
hemos madurado para recibirlas. Igual todo este griterío furioso e incontenible de la globalidad está
engañándonos, nos hace creer que la vida es más vida ahora que cuando se bebía
a sorbos. ¿Cómo son los escritos del autor del que nos han hablado, pero del
que no conocemos más que el nombre? Son como ese color que un amigo de la
infancia me contaba que había visto en una enciclopedia extranjera: un color
nuevo, me decía el canalla, distinto a cualquier otro. Pero a alguno se
parecerá… No, a ninguno; es distinto a todos. Y mi mente infantil se rebelaba
ante una realidad inconcebible desde sus cortos parámetros.
Hace unas semanas, Idea Vilariño era para mí como su nombre: cerebral
y exótica. De pronto, desde las páginas de su poesía completa, su vida ha
desfilado ante mis ojos mucho más clara que en cualquier crónica. La vida profunda,
puesto que la poesía, cuando es sincera, es biográfica siempre. Aunque la
autora la clasificara en ocho libros prácticamente temáticos, aunque mezcle
piezas de todas las edades (lo que sabemos gracias a que vienen fechadas), el
recorrido que hacemos es el de su vida. Y, casi desde el principio, su voz es
su voz, pero no todas las etapas son iguales ni todas me atrapan. Hay rupturas
y resonancias vallejianas, juanramonianas y toda una época de furor social, que
demuestra su coraje y su compromiso, y que sin embargo es la corriente que
menos me interesa.
Al revisar la obra completa de un autor, seguida y de golpe, muchas
veces parece un largo entrenamiento que desemboca en un poema extraordinario,
si hay suerte, o en varios, si hay más suerte. Es más raro que desemboque en un
poemario magnífico. Poemas de amor de
Idea Vilariño es magnífico; está lleno de sinceridad y de golpes emocionales y
de contradicciones rotundas, embarcadas en versos cortos y certeros: “te
lloraba al nacer / te aprendía en la escuela / te amaba en los amores de
entonces / y en los otros”. Un amor anónimo, que puede referirse a una relación
o a muchas, pero que abarca toda la vida: el presente y la rumia de lo que no
puede olvidarse: “te estoy llamando / desde el pozo asfixiante del recuerdo /
sin nada que me sirva ni te espere”. No necesitamos recurrir a crónicas rosas
sobre su romance con Onetti, porque lo que leemos es verdad.
Y es cierto que ese libro es la cima de su autora, pero no es el
único que contiene poemas memorables. Antes hay un aumento paulatino de la
intensidad en Nocturnos y después,
desde el éxtasis, hay un lento descenso que abarca Pobre mundo y, sobre todo No,
donde los poemas, sin perder intensidad, van adelgazando, esquematizándose,
esencializándose, hasta llegar al silencio: “Inútil decir más. / Nombrar
alcanza”. Ella contaba que una noche en Cuba se puso a leer sus poemas para
saber quién era. Yo los he leído en Chinchilla y, gracias a ellos sé, un poco
más, quién soy.
Idea
Vilariño: Poesía completa. Ed. Lumen, 2008.
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